Meditar ahora para entender el yoga de entonces

2021-03-01

Entorno a los orígenes del yoga hay mucho de wishful thinking, un pensamiento más basado en lo que nos gustaría que fuera que en lo que, de hecho, es. Para detectar la verdad a cerca de cualquier asunto, también en el yoga es básico sincerarnos con nosotros mismos a través de la meditación. Escribe Joaquín G. Weil.

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En los cursos de formación que en años anteriores organizó el Instituto Andaluz del Yoga (IAYoga) con la colaboración, entre otros, de Enrique Moya y Pedro Artero, durante los seminarios en los que abordaba la historia del yoga, Danilo Hernández, autor del célebre Claves del yoga, afirmaba que no tiene mucho sentido llamar a un centro de «yoga y meditación», cuando el yoga de por sí incluye la meditación o dhyana.

Lo que pasa es que hay tantos centros y escuelas de yoga que excluyen la práctica de la meditación que se hace necesario precisar cuando un centro la incluye.

Entre el sinfín de ruido que se encuentra en la red y en las redes, encontré una perla de Patricia Sanagu que ha publicado alguno de sus artículos en YogaenRed, y que organiza interesantes cursos online sobre filosofía del yoga. En la entrada decía algo evidente y que todos (en algún lugar de nuestra mente) sabemos: que los Yogasutras de Patanjali es un libro sobre meditación, y que el célebre y único sloka sobre las asanas, en el capítulo II del mismo, se refiere a la postura sedente de meditación y no a la práctica del hatha yoga postural tal como hoy lo conocemos.

Sthira-sukham-āsanam ॥46॥

La postura ha de ser cómoda y firme, consejo habitual en cualquier curso de meditación. Y sí, en efecto, también vale para todas las asanas, sobre todo porque el hatha yoga es o debería ser un modo de meditación, del mismo modo que la meditación es una forma de hatha en la que sólo se practicara una o pocas asanas sedentes. De hecho, como es de muchos sabido, asana significa etimológicamente posición sedente, y está en relación, debido al parentesco indoeuropeo, con nuestra palabra «asiento».

Sobre la civilización del Valle del Indo

Hay algo que considero básico a la hora de comprender la historia del yoga, y es meditar para conocernos mejor y así comprender nuestros deseos y preferencias al respecto, de modo que nuestros preconceptos no tinten nuestra visión de lo real o lo histórico.

Por ejemplo, raro es el practicante de yoga a quien no le gustara remontar los orígenes del yoga a la antigüedad más remota. Leo en el profuso Gem in the Lotus de Abraham Eraly, que no hay certeza de que en la llamada civilización del Valle del Indo hubiera alguna forma de yoga. Claro, después de haber hecho tantas suposiciones en torno a esta civilización, en lo social, lo político y lo cultural, ¿por qué no hacer también alguna deducción en cuanto al yoga?

Esta cultura del Indo es, por una parte, la más extensa de las civilizaciones antiguas (geográficamente llegó a ser como dos veces el tamaño de España), y, por otra parte, la más desconocida, sobre todo porque, a diferencia de las antiguas de Mesopotamia o Egipto, hasta la fecha no tenemos de ella una Inscripción de Behistún o una Piedra Rosetta que nos permita interpretar su escritura. De hecho, incluso todavía no se ha encontrado de esta cultura ningún texto extenso, sino pocas palabras en minúsculos sellos de esteatita.

Los pocos datos fidedignos que posemos de la civilización del Indo, la convierten en terreno abonado para todo tipo de especulaciones, llegando a convertirla en una suerte de utopía en restrospectiva: un lugar cómodo, civilizado, igualitario, pacífico y, por tanto, de alto desarrollo espiritual. Yo mismo me permití dejar volar mi creatividad en este mismo medio (ver El enigma de la espiritualidad en el Valle del Indo).

Y el caso es que no faltan indicios arqueológicos que sustenten aquellas visiones idílicas de esta cultura milenaria: las bien urbanizadas metrópolis, dotadas de agua potable y saneamiento en la mayor parte de las casas, la relativa homogeneidad en las viviendas, según las ruinas excavadas, que nos habla de un relativo igualitarismo social y económico, la ausencia de palacios o templos fastuosos, o de esculturas glorificando a monarcas o sacerdotes, que nos indican la ausencia de castas dominantes, o la relativa igualdad de éstas respecto al pueblo llano. La escasez de armas entre los restos encontrados, lo cual descarta la importancia de lo militar y, por tanto, un al menos relativo pacifismo. Sí existieron ciudadelas en sus principales metrópolis, si bien estas pudieron ser un recinto relevante o sagrado abierto a la población, tal como lo era, por ejemplo, la Acrópolis de Atenas, otra sociedad también relativamente igualitaria, aunque no tanto.

De hecho, las ciudadelas de la civilización del Indo albergaban su única magnificente construcción pública: el gran estanque, donde probablemente se realizaban públicos baños rituales.

Para atestiguar la afiliación del yoga a esta civilización del Indo se aducen dos razones. La primera de naturaleza arqueológica y, la segunda por deducción al cotejar diferentes datos de varias culturas.

En cuanto a lo arqueológico, se aduce la existencia de las figurillas de terracota en posiciones que recuerdan las asanas de yoga. Igual ocurre con los sellos donde aparecen imágenes que supuestamente representan iconos primitivos del dios Shiva, en concreto Shiva-Pashupati, el Señor de las Bestias, sedente en posiciones yóguicas, acompañado de leyendas en una grafía, como hemos dicho, hasta hoy día todavía indescifrable.

Yogay cultura védica

Hay quienes, por su deseo de prestigiar por antiguo el yoga y darle la mayor pátina, hacen remontar el yoga no sólo a la cultura del Indo, sino también, de modo simultáneo, a la cultura aria de la era védica, lo cual me parece contradictorio. O lo uno o lo otro. Precisamente el otro argumento, en este caso de carácter deductivo, para remontar el yoga a la cultura del Indo, es que esas figurillas allí encontradas supuestamente representan al “Señor de las Bestias” o Shiva-Pashupati. Independientemente de que sean, en efecto, representaciones de Shiva, está claro que este dios es, por una parte, la deidad patrona del yoga, y, por otra parte, no estaba ni en la cultura aria o irania del Avesta, estrechamente emparentada con la cultura védica, según testimonios de lenguas y mitologías comparadas, ni tampoco en la propia cultura védica, al menos no en los primitivos samhitas del Rig Veda. Por su parte, en los primeros textos de esta cultura aria tampoco hay alusiones al yoga. Evidentemente aparece la palabra o vocablos de la familia, si bien en su significado primigenio de unión, pero no referido a la darshana, filosofía o práctica del yoga, tal como es conocido en tiempos posteriores, por ejemplo en el Gita o en los Yogasutras.

Puesto que Shiva se trata de una deidad elaborada y relevante, y puesto que preside una forma cultural tan refinada como es el yoga, y ya que no se puede adscribir a la cultura védica, quedan dos opciones: o se trata de un desarrollo posterior, o bien, se trata de una influencia del sustrato cultural de la antecedente civilización del valle del Indo.

Después también hay otros indicios de carácter sociológico y antropológico o cultural, quizá más especulativos y que sería prolijo desarrollar aquí.