Historias para compartir: Mis aprendizajes en la India y Nepal

2012-12-07

Me encontraba en un pueblo de Nepal, Gorak Shep, camino al campamento base del Everest, a poco más de 5.000 m de altitud. Tenía mal de altura. La noche anterior un americano que venía de vuelta de hacer el legendario paso de Chola me había medido el oxígeno en sangre y andaba bastante por debajo del 70%.

«Si estuvieses en Urgencias te pondrían oxígeno -me dijo-. Tienes que descansar, no sigas subiendo». Uno de mis compañeros de grupo estaba peor aún y decidimos tomarnos un día extra para descansar.

Dos semanas antes mi idea era hacer el circuito alrededor de Annapurna, pero siendo la temporada de monzón, me decidí a emprender esta aventura con tres mochileros que no conocía de nada, pero que me cayeron bien, cuando los conocí en una agencia de viajes en Kathmandu.

Desde aquella tarde en la que decidimos retrasar nuestro plan de viaje el grupo se dividió, dos de mis compañeros dejaron de hablarse. El plato estrella de este trekking era la inefable vista del Everest, desde Kala Pathar, a más de 5.600 m de altura. Ese mismo día, la mitad de nuestra pequeña expedición fue evacuada en helicóptero; el mal de altura no permitió a un compañero subir hasta allí, tampoco llegar al campamento base. Nada grave, poco después ambos se encontraban bien.

El descenso después de la separación fue muy triste aquel día y apenas hablamos. Hemos vivido una gran aventura, hemos visto el Everest al amanecer desde Kala Pathar, hemos experimentado el miedo al peligro en ocasiones y euforia en otras. Aquel día nos abatió la tristeza. Bajamos en un tiempo récord para nosotras, las dos chicas que terminamos la ruta de dos semanas por la Reserva de Sagarmatha, nombre en nepalés de Everest, que significa la “cabeza en el gran cielo azul”.

Tres meses dan para mucho

La montaña no es una broma, no pensé que fuese tan duro, ni tan bello; territorio sherpa, Himalaya, picos de 7.000 y 8.000 por doquier. Que conste que no entrené en absoluto para hacer este trekking. Mi físico no me llevó hasta el final del viaje, me acompañó. Desde que el mal de altura empezó a golpearme a partir de los 4.000, di cada día las gracias por haber practicado Yoga y Meditación durante algunos años.

Tres semanas después de alucinar en colores desde una cumbre helada estoy en una clínica en Maharashtra haciendo mis prácticas de masaje y tratamiento ayurvédico. Recapitulando sobre todo lo vivido en Himalaya, opino que fue el entrenamiento mental el que me ayudó a terminar mi aventura; yo nunca había pasado de los 3.000 m. En aquella clínica, poco después, todo parecía tan lejano… Menos mal que tengo fotos para recordármelo, pensaba.

Durante esos días en el corazón de India experimenté mi más cercano contacto con la cultura india, que ya conocía de antes. La hospitalidad de estos pueblos puede resultar asombrosa para occidentales; tuve ocasión de conocer a seres maravillosos, vivir y aprender directamente las costumbres de este pueblo al que adoro.

Tres meses y medio en India y Nepal dan para mucho. Además de montaña y reforzar mis estudios en Ayurveda, tuve tiempo de meditar casi dos horas diarias, a veces incluso en monasterios. Pero, sobre todo, mi objetivo en este viaje era practicar Yoga. Un sueño hecho realidad el poder asistir a sendos cursos con Usha Devi, en Rishikesh y con Rajeev Chanchani, en Dehradun, reconocidos profesores senior de Yoga Iyengar. Mi propia práctica ha cambiado desde entonces; creo estar más sensible a mi cuerpo, mi respiración, mis pensamientos y a la energía misma que hace que todo se mantenga cambiando un instante tras otro.

Hubo un día en que, sentada mirando el Ganges pasar, me relajaba del estrés que produce el tráfico y del acoso de los taxistas en la ruidosa Rishikesh. Un niño se me acercó; quería que le diese dinero a cambio de realizar una puja (ofrenda) en el río, y no acostumbro a dar dinero a niños. «Please, madam, ten rupees». «¿Por qué no?», me digo esta vez. Realizamos la puja juntos y me mira y me dice: «Do you need taxi, madam?». He oído esto como quinientas veces en el último mes… Esta es una de esas en que me río: «No, thank you». En cuatro días estaría de vuelta en Málaga. No sé cuándo podré volver a estas tierras, nunca se sabe en la vida. India y Nepal, ambas contradictorias, estimulantes, espirituales, milenarias, estruendosas y olorosas, pero sobre todo, humanas. Tenemos mucho en común y mucho que compartir.

Ilusionada tras mi aprendizaje ofrezco este taller en Yogasala.

Isabel Martínez (en las fotos, durante una de sus clases en Yoga Sala)