Nunca el silencio ha dado tanto que hablar

2014-05-22

Durante la práctica del yoga recomiendo hablar lo menos posible, ni comentarios, ni más preguntas que las estrictamente necesarias. Yo mismo, como profesor, procuro hablar poco. ¿Por qué? Escribe Joaquín G. Weil. Fotografía Dr. José Ignacio García Acosta.

Foto Dr Jose Ignacio Garcia Acosta

Una de las cosas que más me sorprendieron cuando conocí el zen y la meditación en general es cómo una práctica del silencio podía generar esa cantidad tan enorme de libros y discursos.

Hay también unos cuantos chistes en torno al silencio, dentro y fuera del zen, pero prefiero callar. También hay no pocas sentencias y máximas de sabiduría sobre el silencio. Pero prefiero no hablar.

Aunque… por poner sólo un caso: el monumental Shobogenzo del maestro zen japonés Eihei Dogen, cuya publicación en español es un meritorio empeño personal de Pedro Piquero, y que ha sido todo lo exitoso que un clásico de filosofía zen del siglo XIII pueda ser, donde ni un Cioran podría meter cuña, ya que es un pensamiento depurado por siglos de neti-neti, o sea, ni esto ni aquello, ni mucho menos lo de más allá.

Esto es un poco como lo de el antiguo filósofo griego Pitágoras de Samos hablando detrás de una cortina, como dicen que hacía. Ea, adiós al ego, a los problemas de imagen y a la imagen del ego. Podemos hablar, leer y escuchar sobre el silencio porque nos encandilamos con el silencio mismo y simulamos que no existe la propia voz que habla del silencio, como quien va al cine y, como es natural, mira la película y no hacia el proyector que está arriba.

La inmensa paradoja es usar la charla escrita o hablada para silenciar el parloteo interior.

Y por poner un caso más cercano, Biografía del Silencio, de Pablo d’Ors, que tanto está impresionando a sus lectores. Pablo d’Ors, que viene de la esfera de la literatura, la intelectualidad y la doctrina católica, nos narra su experiencia en la meditación. Pienso que entonces se trata ciertamente de una «biografía hacia el silencio» y que a mí me ha resultado un tanto como ensayo à clef, donde procuro averiguar las fuentes budistas o zen de sus indagaciones, aparte de la tutela declarada de la filósofa mística Simone Weil. Se trata de una valiente y generosa entrega, pues algo así no puede escribirse de oficio, sino que representa el desenvolvimiento sincero del alma. Casi un ejercicio personal de evolución al alto precio de contrastar sus experiencias de meditador espontáneo ante un público amplio.

Maestros zen andaluces

Y, por fin, El zen en la plaza del mercado, y no se trata de un mercado japonés, que seguro que es muy zen, sino de un mercado de abastos de, por lo menos, Sevilla.

Por establecer una comparanza cercana, el maestro Alonso Ufano, apenas ha escrito, que yo sepa, unos pocos artículos. Dokusho Villalba ha escrito, traducido, editado o prologado decenas de libros.

Lo impresionante del caso, con todo, para los que hemos conocido la España de los años sesenta del pasado milenio, es cómo un chaval de Coria del Río y otro de Utrera han conseguido ser maestros zen (y de los buenos) con o sin el Shiho (el sello de la iluminación), con o sin Kiosaku, que es el palo japonés con que los maestros zen de Andalucía varean los lomos de sus discípulos para que caigan maduras las aceitunas de la iluminación.

En ocasiones ocurre que, para quien tiene la mente revuelta y ardiente de disquisiciones, hasta las máximas de sabiduría son combustible para las vanas llamaradas del intelecto exacerbado.

Una experiencia singular en los cursos de Vipassana de la escuela del recientemente fallecido Goenka, donde se viven nueve días de silencio de cualquier expresión verbal hablada, escrita o gestual, es cuando, en el décimo día, se vuelve a hablar y las palabras afloran de modo esforzado. Y es que las palabras pertenecen a la capa exterior del cerebro y de la mente. El silencio nos conduce directo hacia los estratos más profundos de nuestra personalidad, también durante la práctica de las yogasanas. Nos permite enfocar las energías hacia esas esferas universales o inconscientes, cuyo logro ejercitan o debieran ejercitar la concentración y la absorción en los movimientos y posiciones del propio cuerpo, o sea, todo yoga merecedor de su buen nombre.

Tal así, el discurso sobre el silencio pretende tener la última palabra, casi como quien quiere decir lo último en un debate dialéctico y quedarse tan ancho y tan a gusto.

Pero también en el zen existe la voz del valle o el rugido del tigre, el «¡Khatz!», grito guerrero del maestro que quiebra no ya el silencio, sino también el parloteo de la mente misma. Ambos.

Es como el «Om» y mucho más el mantra «Aum», que abre bien las mandíbulas liberando viejas tensiones en la garganta y el cuello, atrapa la mente al vuelo como a un pajarillo, quiere abrirle la jaula de sus pensamientos circulares que lo aprisionan, y por fin la arroja libre hacia el azul profundo de su esencia. Y concluye el mantra en un cerrar de boca a partir del cual el silencio comienza a predicarse a sí mismo. Cuando la mente calla, habla la Intuición, el Buda o Dios. Punto y final y no digo más. Aum.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

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