Crecimiento

2018-05-17

En los últimos tiempos es posible encontrar en abundancia el término “crecimiento personal”. Normalmente viene asociado al bienestar y la salud. Al calor de tan buena madera ha aparecido todo un mercado que proporciona productos y actividades para el crecimiento personal, como si de un producto de consumo se tratara. Escribe Emilio J. Gómez

«Los yoguis que desean el éxito en Yoga
deben mantener la ciencia del Hatha estrictamente secreta.
Oculta es provechosa, revelada inefectiva».
Hatha Yoga Pradipika, I, 11

Se ha llegado incluso a acuñar una nueva expresión que no deja de sorprendernos: “ocio alternativo”. La verdad es que suena muy bien, atractivo, incluso logra el objetivo de captar la atención, sobre todo la de aquellas personas que desconocen este original microcosmos al que entran buscando alivio a su sufrimiento.

El problema: el término “crecimiento personal”

Bajo la idea de mejorar, de relacionarnos mejor con los demás, de conseguir nuestros objetivos y metas personales, de tener más amistades, de prosperar, de ser más felices, de ser mejores personas… Ser mejor persona… Claro que sí, no podía ser de otra manera: ¿a qué ego no le agrada la opción de potenciar su reconocimiento siendo mejor persona? El término “crecimiento personal” ha caído en terreno fértil: el del ego y la personalidad con la que se arropa. Ahí ha germinado mejor que bien, y además crece a gran velocidad gracias al calor de un sol llamado espiritualidad.

Ahora, la pregunta que nos hacemos es: ¿qué tiene que ver el crecimiento personal, la búsqueda del bienestar, la salud física o mental o el mencionado “ocio alternativo” con la búsqueda del Espíritu? Por supuesto, el “crecimiento personal” incluye al yoga en su paquete del “bienestar personal”. Pero permítasenos ampliar la pregunta: ¿qué tienen que ver las multitudinarias clases de yoga en las plazas públicas o las conferencias en polideportivos y teatros con espectáculo, telemático incluido, con la necesaria intimidad que la búsqueda del Ser requiere?

Se ha hecho del yoga un producto de mercado, un bien de consumo para el bienestar. El ascetismo más antiguo y también una de las místicas más elevadas se ha visto reducida a una triste gimnasia destinada a obtener un efímero bienestar, reduciendo al mínimo su potencial latente. Es posible que pueda aparecer el argumento de dar difusión al yoga. Sin embargo, nunca hubo en nuestra tradición señal de proselitismo alguno, más bien al contrario: una difusión restrictiva, marcada casi siempre por el secreto, tanto en la práctica como en la enseñanza. Y es que ocurre que el yoga no es para todos, es tan sólo para aquellos que en verdad lo buscan y anhelan porque lo necesitan como instrumento para su comprensión.

La excesiva popularización que en los últimos años ha vivido el yoga ha terminado por comercializar lo sagrado. El dios “dinero” ha abaratado la idea original del yoga hasta dejarlo a precio de saldo con tal de ganar un poco más. En lugar de altares ahora se erigen espejos en los que poder reflejar la proyección del sueño de un ego que gusta de sentirse espiritual. Se ha hecho del culto al cuerpo un culto al ego, derrocando así la posibilidad de comprensión y consecuente liberación que el yoga ofrece a aquél que en verdad busca porque necesita algo más que un producto de consumo para el bienestar.

Es preciso permanecer muy alerta, porque detrás de una aparente estructura de ambiente espiritual, se puede esconder una máquina de hacer dinero a través de un proceso muy bien elaborado pero que a nada fértil puede llevar, excepto al posible desencanto tras un tiempo de práctica más o menos largo. Tal proceso suele contener una oferta variada, generalmente basada en técnicas y rituales, casi siempre impregnados de exóticos aromas y/o emotivos cantos orientales, que en un principio parecen prometer mucho, pero que al final no dan nada. Y es que ocurre que el yoga no es sólo una técnica, una teoría o un ritual; para que el yoga funcione es preciso “algo” más.

En muchos casos, todo ello suele estar bañado de tanta buena voluntad como de ignorancia. Y en algunos casos, al hacer de la oferta espiritual un medio de vida antes que un modo de vivir es posible descubrir una suave pincelada de codicia, olvidando Asteya, uno de los Yamas fundamentales. Así, algunos han sabido crear una imagen tan magnífica de éxito espiritual que gustan venderla por todos los medios, no solo a través de sus actividades, eventos o libros, sino también a través de las redes sociales, internet, radio, etc., generando el deseo y la necesidad –marketing puro– de tener lo que ellos “tienen”, o venden tener, antes que conectar con la auténtica naturaleza de ser.

Es conveniente observar cómo estos líderes de opinión –que no espirituales– no suelen estar casi nunca enfermos, y si lo están ocultan su enfermedad. Es natural que así sea: venden “crecimiento personal”, “bienestar”, “salud”, “ocio alternativo”. Pareciera que nunca les pasa nada, que no sufren. Siempre tienen una sonrisa en los labios, sus palabras son melosas y expresadas en ambientes serenos que por supuesto han sabido crear ellos mismos. Llenos de aparente tranquilidad parecen interesarse por tu persona, da la impresión de que te cuidan, incluso de que te miman. Carecen de prisa, pareciera que el tiempo no existe para ellos, pero si te fijas bien puedes sorprenderles mirando al reloj de reojo. No son maestros del Espíritu, son comerciantes que cuidan a sus clientes, que no discípulos.

Es preciso darse cuenta de que su producto de “crecimiento personal”, “bienestar”, “salud” y “ocio alternativo” no lleva a otra cosa que aumentar la idea que el potencial cliente tiene de sí mismo. Es decir, alimentar el “yo-idea”, que no es otra cosa que alimentar el ego. Sin embargo, si el ego crece lo único que aumenta es el grosor del velo que impide la percepción de lo Real. Sabido es que, desde el punto de vista del conocimiento, el ego y la personalidad son siempre elementos ilusorios. Entonces ¿a qué clase de juego se está jugando con el denominado “crecimiento personal”?

En realidad, tampoco es algo tan grave, tan solo se trata de un negocio más como otro cualquiera. De un juego tan antiguo como la humanidad misma que ahora reaparece en una nueva versión teñida de modernismo al despertar la idea de “ser mejor persona” y también la de “hacer algo diferente”, “como más espiritual”. De esta forma se juega a vestirse con ropajes y términos nuevos para enmascarar un negocio basado en parecer “diferente”. Bastaría con tocar uno de los botones de seguridad personal para ver cómo el nuevo “yo-idea” creado a partir de tal producto se vería desintegrado en cien mil pedazos apareciendo en su lugar la auténtica naturaleza que siempre ha estado detrás, oculta tras un personaje de ficción.

Por fortuna, nos consta la existencia de muchos maestros, profesores, centros, asociaciones y organizaciones que continúan siendo fieles a la tradición del yoga y siguen sus linajes del modo más puro posible. Vaya para todos ellos nuestro apoyo incondicional en forma de aliento para que les sirva de impulso a la hora de continuar compartiendo con todos los seres humanos nuestro amado Yoga.

Este es el planteamiento del problema. Ahora, vamos a por la solución.

La solución: el “crecimiento interior”

«Nunca plantees un problema sin que lo acompañes de al menos una solución”.
Shambhu

La cuestión no estriba en alimentar con nuevos propósitos o ideales al ego y la personalidad, por muy loables que éstos pudieran parecer, sino en nutrir la esencia de Ser con el alimento que le corresponde. Cuando se nutre a la esencia en vez de a la “máscara” –tal es el significado de “persona”–, lo que va a crecer va a ser algo auténtico y verdadero: la presencia de Ser. Nutrir la esencia es la clave de la auténtica búsqueda espiritual, pero ¿de qué se alimenta la esencia?

La esencia se alimenta de consciencia. Tornarse consciente. Instalarse en Sakshi, la consciencia testigo, para nutrir a la esencia, lo cual irá en evidente detrimento de la imaginada estructura personal. Es como tener dos plantas y dejar de regar una para regar sólo la otra. ¿Qué ocurrirá? Pues exactamente igual sucede con el crecimiento de la esencia. De este modo es como se produce el crecimiento interior. “Crecimiento interior”. Ahora sí que consideramos al término por completo adecuado.

Crecimiento interior, porque lo que crece, lo que se fortalece, es la esencia de Ser a base de la suma de los muchos, muchísimos “darse cuenta” y de las “tomas de consciencia” que se producen durante el trabajo interno constante y consistente, que nuestra tradición denomina Abhyasa. De este modo es como la esencia llegará a crecer más y más, hasta llegar un momento en que trascenderá al ego, es decir va a ir más allá del ego y su ropaje, la personalidad.

Al ego no hay que aniquilarle, matarle ni cosas por el estilo. Bastará con dejar de alimentarle, sobre todo con juegos espirituales. Es preciso saber centrar toda la energía en la esencia de Ser, para acabar haciendo del Atman, el Sí mismo, nuestra morada. Así, llegará un momento en que el ego quedará atrás, relegado al segundo plano que le corresponde. Y, lo más hermoso, sucederá sin fricción, como algo natural. Ciertamente, no se trata de matar al ego, sino de trascenderlo. ¿Cómo se trasciende? Alimentando la esencia. Creciendo interiormente. Esa es la dirección del autoconocimiento.

Cuando esto sucede aparecen de manera espontánea y natural el equilibrio y la armonía con el universo. Nadie hay que lo haga, simplemente sucede. Para entonces, técnicas, rituales, manuales de moralidad y citas de maestros dejan de ser necesarios, pues se comprende por propia experiencia que cualquier cosa que hagamos a los demás en realidad nos la estamos haciendo a nosotros mismos. Los límites se han disuelto, no hay diferencia ni separación. Todo es la misma consciencia y energía expresándose de modos diferentes.

Esta idea ha de quedar muy clara en el buscador espiritual, porque el único propósito del presente artículo es aportar un mínimo de claridad a un mundo que con tristeza observamos cómo cada vez se está tornando más opaco y confuso, más denso. Tan denso como la materia a la que se adora, donde los intereses económicos y materiales priman por encima de todo y de todos. Sabemos que no vamos a conseguirlo, pero no por ello queremos dejar de intentarlo.

Emilio J. Gómez es profesor de yoga y coordina el Círculo de Yoga Silencio Interior

www.silenciointerio.net

Más información: T 616 660 929 / info@silenciointerior.net