La virtud de la insignificancia

2015-09-17

En el afán del hombre, el ¨significado¨ procura rellenar el sentimiento de vacío que puede llegar a producirse en él. Puede darle la compulsión de aparentar, de fingir que todo va bien cuando en el fondo hay malestar, de querer transmitir lo maravilloso que es todo cuando a lo mejor quedan restos de miseria. Escribe Raúl Santos Caballero.

insignificancia

Insignificancia. Si jugamos con la palabra, podíamos conjugar: ¨significancia intrínseca¨, es decir, significado propio, esencial y natural.

Esa insignificancia -en apariencia- es el valor cualitativo que subyace sin la necesidad de ser reconocido por nadie. Desde pequeños nos educan para que seamos ¨hombres de provecho¨, que lleguemos a lo más alto y que alcancemos prestigio. Es como tomar el relevo de otras personas adultas que no lo han conseguido, y con ello, cumplir una meta que en muchos de los casos no nos pertenece.

El significado de una persona cuando se convierte en escaparate se torna como un adorno, una máscara y una pose de la que no se puede deshacer. La felicidad podrá ser fingida pero al final es una demanda de ser considerados, tomados en cuenta y ubicar un espacio único dentro de la multitud. Ese espacio único ya se crea en el centro de tu ser, sólo hay que reconocerlo. Tu propia individualidad es irreemplazable, no hay dos copias, la existencia no tiene pensado volver a repetirte. Entonces ¿por qué esa carrera para llegar a ninguna parte?

Está bien prosperar, avanzar, evolucionar y querer ser mejores de una versión nuestra con la que no nos conformamos. Pero ¿por qué ese rechazo a ser común? Si nos fijamos en la naturaleza, vemos que es mucho más sabia. Nadie compite con nadie. Un árbol no lucha por ser un pájaro ni viceversa; una rosa no exhala su aroma dependiendo de quién la perciba. Rigen sus propias leyes pero no verás agitación ansiógena en nada, tan sólo una profunda aceptación de lo que es y que permite la fluidez continua. Pero para el hombre una hormiga no tiene significado, por eso la pisa, siente su poder sobre ella. Un árbol quiere alcanzar las estrellas, por eso asciende hacia arriba, pero no abandona nunca sus raíces. Hasta donde llegue lo habrá disfrutado.

Pero cuando una persona decide ser insignificante -en el contexto que estamos empleando-, no significa que no quiera arriesgar por miedo, que no se atreva a dar ningún paso, sino que siente una gran liberación. Se vuelve un don nadie, se sumerge en el anonimato, pero eso le convierte en extraordinario para sí mismo. Escala su propia cima, se eleva sobre sí mismo, y trata de conquistar lo que nadie le puede sustraer. Ve en la sencillez su modo de expresar, sin galones, sin sofisticación, sin un repertorio de todo lo anteriormente conquistado para mostrar. La sencillez le permite ser como es en este momento.

El sentimiento de la insignificancia es un gran ejercicio para nuestra vanidad. Es observar que en nuestra ausencia las cosas siguen existiendo, siguen su curso. La existencia te invita a participar a cada momento, pero extraviados en lo que podemos obtener en otro, rechazamos dicha invitación.

La insignificancia es reconocer que somos una parte del todo. Que estar a la espera de la llegada de lo extraordinario empaña la visión, porque esa misma cualidad se encuentra en lo ordinario, en el alrededor, en la brisa que roza tu cara. Hay belleza en lo común, en lo corriente, en el simplemente ¨estar¨. La lucha es tensión, rudeza, y siempre está viendo amenaza en ver perdida su valía.

La insignificancia es significado total pero en otra dimensión. Si buscamos ser insignificantes a la espera de que nos lo reconozcan, estaremos en el mismo juego. Es más que una actitud; es un reconocer la banalidad, la futilidad de ciertas cosas que, al fin y al cabo, nunca nos llegarán a trasformar.

Por ello, la virtud de la insignificancia es la comprensión profunda de nuestra verdadera esencia, lejos de los parámetros que impone esta sociedad en la que se determina nuestro valor en la apariencia que logramos hacer llegar a los demás.

En la búsqueda de uno mismo, la insignificancia no es un término negativo, sino la ausencia de capas que creemos que configuran nuestro significado. Por ello, la virtud de lo ¨significativo¨ estribará en a qué queremos dar un significado, ya que en la mayoría de los casos dependerá más de nuestra percepción y proyección que de la carga de atributos que puedan ofrecerse en un momento dado.

Nuestros valores, nuestras prioridades de a qué queremos conceder una significación pueden verse otorgados por nuestras premisas para lograr un sentido pleno a nuestra vida, para darnos un abrazo con la existencia. Esperar un significado de afuera es como para la rosa creer que la fragancia viene de lejos cuando es ella quien la exhala por sí sola.

La insignificancia en sí contiene un gran significado. ¿A qué esperas para dársela?

Raúl Santos Caballero es escritor (su último libro: Las sandalias del buscador) y autor del blog En busca del Ser.