Las pasiones, tamizadas por el yoga

2014-08-04

El cuerpo es un microuniverso con el cual podemos trascender a una supraconciencia. Escribe Víctor M. Flores.

Victor flores

El cuerpo físico es un universo producido por las frecuencias de vibración de una energía que suscita y preserva el universo. Las propiedades de los elementos, desde el éter a la tierra, están inherentes tanto en las partículas subatómicas como en las galaxias. Eso hace del cuerpo humano el recipiente de energías extraordinarias, una máquina perfecta.

Así pues el yoga no trata de que el practicante llegue a ser algo, sino de reconocer lo que ya se es. Cuando el hombre toma conciencia de que todo el universo no es sino una parte de sí mismo, se convierte entonces en el señor de la creación y no en su esclavo.

Pero somos animales emocionales fundamentalmente; es un error pensar que somos animales racionales. La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración, y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de sistema nervioso, aunque este sea tan rudimentario como el de un escarabajo.

De este tronco emergió la amígdala, un depósito de la memoria emocional, encargada de activar la secreción de hormonas que ponen al cerebro en estado de alerta. De ella nacería el cerebro pensante. Así pues, el cerebro racional no es sino una ampliación del cerebro emocional. Su primitivismo ofrece respuestas rápidas que permitieron ganar unos segundos críticos a muchos de los hombres de las cavernas, pues está ligada al impulso. Con el tiempo surgiría un censor cerebral que desconecta estos impulsos desde el lóbulo prefrontal, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y menos desproporcionada.

Pero es difícil encontrar paz y ecuanimidad en el mundo de las emociones. Deseos, ira, amor… la mente es un gran enemigo. Nadie duda de su papel vital en la existencia, pero sin embargo parece operar de forma autónoma a nuestra voluntad, desasosegándonos de forma inoportuna, tomando posesión de nuestra voluntad, generando obsesiones, celos, fantasmas… La mente, siempre caprichosa, voluble e impredecible, es un gran obstáculo para una existencia tranquila.

De hecho, Pâtanjali se posicionaba frente a la paradoja central de la vida humana: el hombre vive acompañado de una mente que no le deja en paz y con un sentimiento de certidumbre absoluta de que el mundo es el mundo que percibe; pero tarde o temprano descubre que la visión del mundo se desmorona en pedazos ante la realidad. Aun así, se apega empecinadamente al conocimiento personal como el único medio de que dispone para establecer una relación con el mundo. Se da cuenta de que el conocimiento, interpretado por su mente y víctima de las emociones, es limitado y, por tanto, inadecuado. Pero insiste en la creencia de que sus limitaciones podrán ser eliminadas cuando reúna cada vez más datos, más análisis, más soluciones a la ecuación, y para ello construye instrumentos de medida y experimentación Esta reflexión es el fundamento en el que se basa la visión histórica de la relación del hombre con el mundo.

Pero al igual que los niños, sólo vemos el mundo a través de nuestra perspectiva. La mente es un fabricante de la realidad, un intérprete de la percepción, como un juego de sombras chinescas. No es fidedigna ni fiable.

Si algo caracteriza a la mente es su inestabilidad, su delicadeza, su descontrol rápido, su quiero y no quiero… En ese estado perpetuo de litigio es fácil caer en el conflicto, en el malestar.

Una mente nueva

Es aquí donde empieza el yoga, en el reconocimiento de esto y en la creación de una mente nueva, un hombre nuevo y un mundo nuevo. Como, naturalmente, no todo es nocivo en la mente y existen zonas oscuras y zonas iluminadas, mediante un entrenamiento adecuado es posible domesticar la mente y reconducirla, observando los pensamiento como un espectador en lugar de como un actor, como haríamos cuando vamos al cine y no nos involucramos en la acción de la película.

El pensamiento se forma mediante el procesamiento de datos sobre la información del medio en el que nos movemos, las impresiones de nuestros sentidos, nuestras vivencias. Pero, a menudo, irrumpen también contenidos absurdos, deseos que nos avergonzaría contar en público, temores infundados. Son estos pensamientos los que hay que controlar, dada la imposibilidad de erradicarlos.
Estos parásitos son producto de nuestras pasiones: de la pasión amorosa, del deseo sexual, de la ira, de la venganza, de la alegría, de los celos, la envidia, la frustración, las ambiciones…

El gobierno de las emociones que propone nuestra práctica es asimilar el yoga no basándose en la negación de las emociones -aun siendo estas de un carácter fuertemente dañino-. Más bien se trata de la transformación de las emociones en una nueva, creativa y liberadora energía. Cualquier psicoanalista coincidirá en que la represión de un deseo se transforma inmediatamente en un trauma si perdura el tiempo suficiente. No es cuestión de no desear, sino de que el deseo sea consciente.

Como afirmaba Jung, nadie se ilumina fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente su sombra.

Los cambios de nuestra sociedad han sido vertiginosos y todo ha de cambiar con ella. Hemos de ver en el yoga un elemento vivo y palpitante, permeable y con capacidad de evolución y adaptación, no un elemento de austeridad y represión. Para encontrar al final de la oscuridad del túnel una lucecita, el brillo de una llama capaz de incendiar al mundo.

Víctor M. Flores

Instituto de Estudios del Yoga