A la «caza» de hombres santos: El goce del desapego

2019-06-03

Siguen los encuentros con yoguis y personajes singulares en Bombay y Delhi y las anécdotas a que dieron pie. En esta nueva entrega de los recuerdos de mis primeros años en India, relato mis conversaciones con Swami Shilananda y Swami Chaintanyanand. Escribe Ramiro Calle.

Swami Chaitanyanand con Ramiro Calle

Viví muchas experiencias en Bombay, la Bom Bahía de los portugueses. Penetré por sus atestadas calles y callejuelas, me adentré en sus templos abigarrados, saborée todo tipo de comistrajos callejeros, me fundí con la multitud de los mercados y me sentí frustrado por no poder acceder al recinto interno de las Torres del Silencio, que tanto impactara a Blasco Ibañez.

Entré en contacto con tres misioneros de la Misión Bombay, que habían llegado de muy jóvenes a la India y forjé una estrecha amistad con ellos: Federico Sopeña, practicante de meditación Vipassana; Jorge Rivas-Espasa, practicante de hatha-yoga y que en cualquier momento cuando estaba fatigado se reconfortaba haciendo el sirshasana, y Pedro Julia, con el sobrenombre de Swami Shilananda, y que recorrió tres mil kilómetros por los Himalayas en bicicleta y que me contó una anecdota sumamente significativa.

En los Himalayas, Swami Shilananda entró en una cueva y se encontró a un sannyasin (renunciante) leyendo el Bhagavad Gita. Le propuso a este renunciante que leyera textos del Gita y él lo haría de los Evangelios, pero el sannyasin le dijo que así no llegarían a nada y que lo mejor era dejar de lado los textos sagrados, ponerse a meditar y comunicarse en el revelador silencio interior.

Federico me acompañó a Poona para intentar entrevistar a Osho, entonces conocido por Rajneesh. Como yo estaba escribiendo mi controvertido libro Verdad y mentira de los gurús, no quiso ni aproximarse a mí ni de lejos, y nos enseñó todo el ashram un secretario chileno con el que contaba. Con su fino sentido del humor, mi buen amigo Federico (que después perdió un pie porque le arrollaron en la Vespa con la que solía desplazarse) me dijo con ironía respecto a Osho: «No se puede mirar a Dios a los ojos y seguir viviendo».

Con motivo de mi visita a Swami Shilananda, en la muy sacrosanta Nashik (una pequeña Benarés), tuve ocasión de acudir a los días previos al Kumbha Mela y pasearme entre cientos de sadhus, adentrándome en sus campamentos, lo que fue fácil pues Shilananda vestía como un sadhu al que todos respetaban y saludaban. Me dijo sonriendo: «Ellos siguen a Shiva; yo sigo a Jesús».

Primer encuentro con Swami Chaitanyanand

Tras los muy atareados días en Bombay, me desplacé a Delhi. Cuántas veces he incursionado en Delhi, ya no puedo llevar la cuenta, pero han sido muchas, y en la capital de la India me he entrevistado con personajes de todo tipo, desde el médico personal de Gandhi, Dadaji, que se convirtió en guru y creó la sociedad «Los Servidores de Dios», hasta el secretario de la la Sociedad de Sadhus o el muy asombroso e impactante Swami Chaitanyanand, que prefirió morirse a engancharse a la diálisis cuando le dijeron que estaba enfermo de los riñones.

A lo largo de muchos años, convertí Delhi en un escenario de búsqueda. Siempre me ha apasionado la Vieja Delhi, agónica y a la par muy viva, como suspendida en el medioevo, con sus templos de diferentes religiones y su sorprendente Hospital de las Aves. En una de sus vetustas callejuelas habitan los hijrans (hermafrotitas) y los eunucos. En la terreza de una desvencijada casa adyaente a Chandni Chowk (la avenida principal) , me entrevisté con el gurú de hijrans, que me puso al corriente de sus peculiares costumbres y sus festivales sagrados.

Casi de amanecida, un rickhaw me dejó en la sede principal de los sadhus, para entrevistar largamente a Swami Chaitanyanand. Fue el primer encuentro, de los tres que tendríamos, y ya en nuestra larga conversación comprendí que no era ni mucho menos un iluminado, al menos al estilo ortodoxo, pero sí un pozo de conocimientos yóguicos, espirituales y esotéricos. Corpulento, de sonrisa fácil y atractiva, cercano y simpático, me invitó a un té y enseguida, sentados en el suelo, me dijo:

«El hatha-yoga es importante como trampolín para la práctica de los yogas superiores: raja-yoga, jnana-yoga y kundalini-yoga. Es importante el ejercicio de raja-yoga que consiste en la toma de consciencia de la inhalación y la exhalación del aire. Con este ejercicio bien practicado, puede la persona llegar a conocerse y aproximarse hacia la autorrealización. La mente, el ego, el intelecto y la consciencia funcionan de forma discontinua; solo el Atmán es continuo y permanente. Aunque la persona ordinaria no pueda percibirlo, allí, en lo más profundo de ella, mora su Atmán. La contemplación del movimiento de la respiración puede conducir ala revelación de este Atmán permanente».

Me habló del conocimiento ordinario y el conocimiento intuitivo, y me subrayó que solo éste último puede revelar la luz del Atmán. Me indicó que hay que aplicarse a la observación del Sí-mismo o Atmán 24 horas al día. Y me señaló que el sueño es un modo de recargar los centros energéticos, pero que un iluminado está tan limpio que puede llegar a prescindir del sueño, asegurándome que el Buda no durmió ni un solo instante tras su despertar definitivo. Me dijo:

«El yoga es práctico y yoga es la práctica. En esto estriba su belleza y su goce. Es el sutil goce del desapego de las cosas mundanas, con el corazón firmemente puesto en el yoga».

A mi pregunta sobre el ego y si es posible o necesario matarlo, me contestó:

«Según el Vendanta no matamos nada, porque no somos gente violenta -rió-. Según el Vedanta podemos convertirnos en observadores del ego, ver lo que es y qué es el verdadero Yo, el Atman; ver sus diferentes y distintas funciones. El Atmán es no-nacido, autoluminoso, omniextensivo, sin pensamiento, sin muerte. Permanece completamente separado. Hay que saturarse por completo del propio Sí-mismo y así convertirse por completo en un observador, y entonces verás con claridad el ego y su funcionamiento. Permaneciendo en una actitud de desapego, se comprenden las diversas funciones de los procesos fenoménicos mentales y así ni perturban ni dañan.

El Vedanta dice que este mundo no le pertenece a uno y que hay que desapegarse de los objetos de los sentidos para volver a ser el Sí-mismo que siempre se ha sido, el Atmán, el no-nacido. ¿Por qué dejarse perturbar por el ego, por el intelecto? Por lo tanto, una persona liberada no se preocupa por el ego ni por el intelecto, porque no asume el papel de actor. Aunque el cuerpo y los sentidos estén funcionando, yo delego, no estoy allí. Permanezco en el Yo puro. Las personas comunes no pueden entender esto, pero cuando se comprende la futilidad del ego, de este pequeño yo, entonces él no nos puede dañar. El ego es un intermediario entre el cuerpo y el Atmán, pero una vez que se logra estar desapegado del intermediario, del ego, su función cesa y uno se satura completamente de su propio Sí-mismo».

Visité varias veces a este swami singular. Recogí muchísimas de sus enseñanzas, que en parte aparecen en mi libro Conversaciones con Yoguis. Le dedicaremos tambien el siguiente trabajo, porque mucho nos tiene que decir sobre kundalini-yoga, la Shakti, la reencarnación, el prana y el pranayama y algo esencial (y poco tratado hoy en día por los practicantes de yoga), lo que es un jivanmukta o liberado viviente, que es el fin real y último de la práctica del yoga. Esta disciplina altamente transformativa descubrió al homo sapiens sapiens al empezar a tener autoconsciencia y experimentar el anhelo de ir más allá de los límites de la mente encadenada a lo fenoménico. Por eso los yoguis, sin ningún genero de dudas, fueron los primeros exploradores de la consciencia.

Y taza de té tras taza de té, siempre acompañados por el incesante graznido de los cuervos, el cuerpo exhausto por el calor, pero el ánimo siempre presto para seguir explorando en la sabiduría del yoga, del que dijo William James :«Es el sistema ascético mas venerable del mundo», entendiendo por ascesis esa mística para trascender lo aparente y conectar con lo Real.

Ramiro Calle

RamiroCalleMás de 50 años lleva Ramiro Calle impartiendo clases de yoga. Comenzó dando clases a domicilio y creó una academia de yoga por correspondencia para todo España y América Latina. En enero de l971 abrió su Centro de Yoga Shadak, por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Entre sus 250 obras publicadas hay más de medio centenar dedicadas al yoga y disciplinas afines. Ha hecho del yoga el propósito y sentido de su vida, habiendo viajado en un centenar de ocasiones a la India, la patria del yoga.

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