Tradición, traición, nombres y hombres

2012-11-05

Sección «Yoga Pirata», artículos irreverentes, desmitificadores y casi siempre divertidos escritos por Roberto Rodríguez Nogueira, profesor de yoga, blogger y escritor.

Cito de memoria, malamente, perdón, a Margarite Yourcenar en Memorias de Adriano, una nota al final de libro: “Una sala llena de ancianos, de años, las manos juntas, toco al último, tocar a Adriano”.

Me maravilla lo que elijo que es para mí el mensaje del yoga Iyengar: la práctica se la saca uno del cuerpo. Maese Iyengar aprendió con el fabuloso Mr. Krisnamacharya, cuñado suyo y paterfamilias (Iyengar era, además de pobre y enfermo, huérfano de solemnidad, y casada su hermana mayor ganó un padre putativo en su cuñado, yogui calvo y aterrador por entonces). El propio maese Iyengar siempre ha afirmado que alucina con las descripciones de los demás sobre el genio de su cuñado: para los demás el genio era genial, para él era el de un perfecto cabrón. Eso sí, un cabrón con mal genio que le salvó la vida. A día de hoy Iyengar sigue reverenciando, a diario, la memoria de su maestro al que afirma deber una vida extra de más de 70 años (estaba destinado por los médicos a vivir no más allá de los 16, y ya no cumple los 90).

Pero Iyengar también dice que el yoga que aprendió con su maestro, además de salvarle la vida, fue el punto de partida esencial sobre el que ha edificado su estilo (y toda su vida), que tiene poco de tradicional: exactamente los años de práctica de Iyengar, no una antigüedad mítica que avale que YO me apunte a un estilo legendario anterior al tiempo… claro que a más de ocho horas por día más de 70 años… SÍ ES MÍTICO.

El valor del yoga Iyengar tal vez no sea su tradicionalidad sino su transgresión. SE LO HA INVENTADO ÉL. O Dios en él, que me da igual que me da lo mismo porque es un yoga divino de la muerte y de la vida. Y se lo ha inventado incluso robando al cuñado las técnicas respiratorias que no quería enseñarle porque, con más de 40 años, Iyengarcito no estaba preparado. Así que Iyengarcito, que los tiene cuadraos, se levantaba a espiar al paterfamilias cuando lo tenía de visita, de madrugada, para copiarle sus ejercicios respiratorios, que luego practicaba con diligencia, día tras día, a la Iyengar, sin desmayo, sin pausa, sin tener ni idea, hasta que los redescubrió y el pranayama fecundó su cuerpo rendido a una determinación sobrehumana.

¡Ole sus cojones! -en sánscrito aproximado, Kundalini-.

¿Y San Pattabhi? También alumno de Mr. Krisnamacharya, pero alumno de verdad, no cuñado subordinado. A éste sí que le enseñó. San (murió hace un par de años, y para mí es un santo porque bajo su genialidad me he ganado los garbanzos) Pattabhi ha legado un estilo de yoga tradicional que se hunde en la noche de tiempos remotos. Perfecto, inamovible, monolítico. ¡Ay de aquel que le cambie un vinyasa! Se le pueden secar los kundalinis.

Mr. Joseph Hubertus Pilates, más o menos de la quinta de los anteriores, ha creado un estilo de yoga alucinante. ¿Que no lo llaman yoga? Me da lo mismo, yo sí; digan lo que digan los pilateros y los yogueros, no siento diferencias cuando hago una cosa u otra. Será que no soy sofisticado, espiritual o que no tengo los bandhas bien ajustados. O será que soy muy chulo. Sea por lo que sea para mí es lo mismo. San Pilates era un crack de la inteligencia corporal, y era capaz de describir lo que hacía y de enseñar a otros. Un genio. ¿Que no echa mano de los Yoga Sutras de Patanjali para sentenciar la antigüedad de cada vinyasa o meter “la mente” en la práctica? Y qué más da. Recuérdese a Iyengar cuando le achacaban no ser lo suficientemente espiritual en su vigorosa práctica. “Yo no dejo el espíritu en la silla cuando practico ásanas.” (Por cierto, Pilates fumaba purazos, y le gustaban el wiski y las nenas, el yoga y el zen).

¿Qué es la tradición? Traditio: cadena. Eslabones que unen dos puntos en el espacio, en el tiempo. Cadena de transmisión. También encadenar si se la considera más real que lo que hay más allá de ella. Al elefante se le encadena la pata cuando es pequeño, y cuando es mayor ignora que puede romperla.

¿Cuántos años tiene el Ashtanga Vinyasa? Al menos los de San Pattabhi y los de Mr. Krishnamacharya. Para mí esto ya es mito. Para muchas personas esos años resultan ser pocos. El propio Krishnamachaya dejó dicho que él aprendió con un yogui en los Himalayas y que se podía rastrear la tradición vía libros en hojas de palma hasta hace varios cientos de años. A mí me importa un pito (ya he dicho que soy muy chulo). Si se lo inventó él, para mí tiene mucho más mérito porque tengo claro que yo no me invento el Ashtanga Vinyasa en una sola vida, ni en veinte, lo mismo que el Pilates o el Iyengar. Y a mi cuerpo celtíbero-judío-moro-cristiano-africano le da igual los años que tenga un vinyasa, una postura o el cien (ejercicio de abdominales de Pilates). Mi cuerpo goza lo mismo.

¿Vale más mi yoga porque sea tradicional? El yoga es cosa de hombres, de seres humanos que lo hacen lo mejor que pueden. Y seguirá siéndolo, aunque cuando revise este artículo en vez de hombres testiculados tendré que citar a hembras, que son el 99% de los alumnos en la actualidad, adelanto a la geniales santazas Vanda Scaravelli o Indra Devi.

Ancianos que se tocan en una sala. Tocar a Adriano.

Quién es

Roberto Rodríguez Nogueira es profesor de yoga, blogger y escritor.

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