El Pratyahara (control de los sentidos) y la atención/ 1ª parte

2016-09-19

En el abordaje del Yoga no se suele tener muy en cuenta el Pratyahara (control de los sentidos) a la hora de concebir una sesión. Tanto es así que incluso cuando un profesor empieza a impartir clases, le puede costar explicar adecuadamente a sus alumnos en qué consiste este quinto nivel o anga. Escribe Amable Díaz.

pratyahara

En los Yogasûtra de Patañjali se habla del Ashtanga Yoga como camino de realización que se compone de ocho niveles o pasos: yamas, niyamas, asana, prânâyàma, pratyahara, dharana, dhyana y samdhi. Dichos niveles se suelen agrupar en dos apartados: yoga externo (yoga físico) y Samyama (yoga mental).

El primero de ellos comprende: yamas, niyamas, asana, prânâyâma, pratyahara. Y el segundo o Samyama: dharana, dhyana y samadhi.

En  Yoga, el tema de los sentidos (indriyas) es relativamente complejo, si lo comparamos con nuestra cultura. Estos sentidos se dividen en: karmendriyas, jñanendriyas y tanmatras, principalmente; podríamos añadir, ekendriya.

  • Karmendriyas, los órganos de acción: Mano (pani), órgano de aprenhensión; pie (pada), locomoción; boca (vak), voz; genitales (upastha), reproducción; ano (payu).
  • Jñanendriyas, los sentidos según la interpretación que les damos en Occidente: Oído (srota), sentido auditivo; nariz (gharana), olfato: lengua (jihva), sentido del gusto; ojos (chakshu), sentido de la vista; piel (twacha), sentido del tacto.
  • Tanmatras, las esencias de lo que se percibe: Olor( gandha); sabor (rasa); forma (rupa); tacto (sparsa); sonido (sabda).
  • Ekendriya: la mente (sexto sentido). En nuestra cultura también se habla del sexto sentido, referido a una capacidad fuera de lo común, o extrasensorial.

En los Yogasûtra se hace referencia a los sentidos en la acepción de órganos, aun poniendo más el acento en las cualidades, pues son éstas las que representan la esencia de los indriyas.

En el abordaje del Yoga no se suele tener muy en cuenta el Pratyahara (control de los sentidos), ni siquiera, prácticamente, a la hora de concebir una sesión de Yoga; tanto es así que incluso cuando un profesor empieza a impartir clases, le puede costar explicar adecuadamente a sus alumnos en qué consiste este quinto anga.

También sucede algo semejante con los sentidos en la vida real:  se valora mucha más la mente, el yo o la conciencia.

Y, sin embargo, los sentidos son indispensables para el correcto desenvolvimiento de nuestra vida en el entorno en que vivimos. Si alguno de ellos viniera a faltarnos, tendríamos importantes limitaciones incluso para valernos por nosotros mismos.

Los indriyas o sentidos podrían  presentarse casi como “órganos”, pues sus nervios son específicos y sus células también lo son, ya que están destinados a percibir una cualidad específica: el nervio olfativo los olores, el auditivo los sonidos, el óptico la visión, etc. Y, en consecuencia, poseen su propia función, si  bien, con alguna frecuencia, actúan conjuntamente en el  comportamiento general. Sin ellos, la mente no podría recibir información del entorno físico y social, reduciría considerablemente la interacción, la autonomía y el placer de vivir, en fin.

Sin ser aún mental, la actividad de los sentidos  es “superior”  a la sensación; de hecho no hablamos de sensación cuando nos referimos a los sentidos sino de sensibilidad (visual, auditiva, etc.)

Y en su funcionamiento, los sentidos están también relacionados con la presión interna del organismo, tanto el oído como el olfato o la boca; son zonas abiertas al exterior y, si las tapamos, parcial o totalmente, variamos la presión interna y modificamos en cierto grado su funcionamiento, e incluso el de otros sistemas.

Entre los sentidos y la atención, o la percepción o la mente, existe una relación directa que nos acerca ya al acto mental-racional. También los sentidos y la atención pueden actuar al unísono, por separado o desconectados temporalmente.

De igual manera que su actividad conjunta es la respuesta más frecuente, por separado ocurre únicamente en tareas que ya tenemos automatizadas y durante un tiempo breve; y desconectados de la atención, sólo a través de técnicas específicas  yóguicas o hipnóticas.

Sin embargo, desde la Antigüedad el yoga y otras disciplinas espirituales, aun sin  menospreciar la valía de los sentidos, suelen considerar estos como instrumentos que nos llevan hacia afuera, que crean apegos, que estimulan deseos y que potencian el yo, perturbando de esta manera nuestra atención para relajarnos, concentrarnos,  meditar o captar la realidad sutil. Por eso es indispensable reducir su actividad externa para movernos mejor en el mundo interior y así poder sacar el máximo beneficio posible a un gran número de técnicas de yoga.

Es bueno que nuestros practicantes sepan el valor que tiene el pratyahara y cómo, a través de su instalación, el resto de las estructuras mentales va cambiando.

Incluso pedagógicamente podría tener interés poseer esta información, pues conociendo este proceso nos dotamos de herramientas que después utilizaremos autónomamente cuando nos plazca.

Muy pocas personas habrán caído en la cuenta de que sin pratyahara no es posible mantener una prolongada y correcta concentración, ni lograr la conciencia-testigo, ni es tampoco posible alcanzar la relajación profunda o yoga nidra.

Aunque quizá la mayor aportación del pratyahara al yoga sea la preparación para la verdadera meditación.

Para llegar a comprender mejor el pratyahara es necesario, ante todo, conocer su relación con la atención, disposición innata que posee una capacidad limitada pero que sirve de elemento mediador entre un estímulo (ya sea interno o externo) y los sentidos, entre un pensamiento y la mente, entre un suceso y el propio yo, entre el darse cuenta y  la conciencia, entre el malestar interno y la psique, entre el bienestar y las emociones. Es decir que la atención y los sentidos, junto con las sensaciones y percepciones, participan  en todo acto senso-perceptivo,  racional-mental  y psíquico.

Esta “red” que acabamos de describir es operativa y plenamente eficaz para desenvolvernos en el mundo objetivo, concreto y también en el mundo abstracto.

Pero para poder hacer Yoga hay que conectar con otra “red” o ámbito que llamaríamos suprasensorial  y suprarracional.

La puerta del mundo interior

En esta red alternativa se opera desde el pratyahara, desde la plena atención, desde la plena conciencia, desde vairagya (desapego), desde el descondicionamiento, desde la conciencia-testigo (sakashin), desde el conocimiento intuitivo. Y las “operaciones” que se produce a través de esta red no están supeditadas al tiempo o al espacio, ni tampoco a  la ley de la causa y efecto.

Así pues, para acceder al mundo interior tiene que producirse un control de la atención, fijándola en algún elemento concreto; si este control de la atención se mantiene, surgirá casi al instante la desconexión de la atención con los sentidos, dejando estos  inactivos temporalmente. A este cambio es a lo que llamamos pratyahara.

Al neófito en la práctica del Yoga podrá parecerle, a primera vista, un acto sin mayor importancia, pero el experto sabe bien que esta modificación es la que abre la puerta del mundo interior, y que es un salto cualitativo el que acontece. Y, en la mayoría de los casos, esto se produce sin que el practicante venga a percatarse.

Por otra parte, quizás tengamos un poco olvidados los sentidos a la hora de concebir y aplicar una relajación, y más aún si buscamos que dicha relajación incida directamente en la mente.

La relajación directa de los sentidos sería, sin embargo, casi indispensable, al menos en cuanto al oído y la vista, ya que estos órganos están saturados de ruido, de incesantes imágenes (trabajo ante el ordenador, televisión. etc.), y por la alta estimulación del gusto en los fumadores o adictos a otros excitantes. A más largo plazo, los beneficios de la relajación directa de cada sentido sirve para mantener estos “órganos” en buena salud y retrasar su deterioro.

Podríamos suponer, recordando la clasificación de Patanjali en cuanto al pratyahara, que estamos ante un anga, a modo de puente o transición, entre el yoga físico y el mental. Lo cual, en parte, es cierto, ya que desde la relajación de los sentidos llegamos  a la relajación mental y también a la inversa.

Y, no obstante, si hacemos un análisis más profundo, tal como hemos señalado anteriormente, sin pratyahara no hay Raja-Yoga, es decir no hay yoga mental.

A fin de que nuestra exposición pueda ser mejor comprendida, queremos avalarla con algunos ejemplos prácticos, asociando Mûdras y Pratyaharas, Mûdras y Respiración controlada, Mûdras y relajación y, finalmente, Nyasas y Pratyahara.

(Continuará en un próximo artículo)

Amable Díaz López es psicóloga clínica en ejercicio y profesora de la Asociación Española de Prácticantes de Yoga (AEPY) desde 1983. Formadora de profesores, con escuela propia en Madrid, desde 1995: Centro de Yoga Pantanjali. 

Discípula de Eva Ruchpaul, conocedora de las enseñanzas de B.K.S. Iyengar y de André Van Lysebeth.

Expresidenta de la AEPY y Ex-Presidenta, durante cuatro años, de la Comisión Pedagógica de la Asociación Europea de Yoga (UEY).

Durante más de veinte años, viene ejerciendo con seriedad y respeto esta noble disciplina, vinculando su actividad al contacto con la India y swami Veda Bharati. Su amplia experiencia le permite considerar el Yoga, en su vertiente terapéutica, como el método psicofísico más completo y aconsejable para remediar problemas de agotamiento, estrés y ansiedad, sin olvidar que el Yoga es, ante todo, realización espiritual.