La terapia mágica que no existe

2017-04-07

Es interesante observar cómo las personas creemos en la magia cuando la necesitamos. Por ejemplo, nos parece razonable que en una sola visita a un terapeuta se pueda deshacer un cúmulo de tensiones que lleva gestándose meses o años. Escribe Pablo Rego.

El límite es el dolor, físico o emocional. Cuando ya no hay manera de dormir, de estar tranquilos un rato o de realizar nuestras actividades con normalidad, y después de ir varias veces al médico, terapias como el masaje, la yogaterapia, el reiki u otras comienzan a ser una opción.

El estilo de vida que lleva al estrés, estar volcados excesivamente en conseguir resultados concretos, realizar las actividades cotidianas como si fueran una carrera en la que las emociones se escapan y descontrolan, creando ansiedad y frustración en igual cantidad, provocan que el primer encuentro con el terapeuta esté en el mismo orden dentro de ese contexto.

Llegamos impedidos de hacer casi todo por el dolor y pensamos -porque sólo en la mente puede caber semejante idea- que existe un “truco” que consiste en que un “mago” hace algunos amasamientos, movilizaciones y toques mediante los que nos libera completamente del dolor que traemos, sin contemplar todo lo nocivo que venimos haciendo en nuestras vidas para llegar a ese punto.

Quizá por eso tenga tanto éxito la idea de “la terapia mágica”, porque es más fácil creer que en un instante podemos dejar atrás aquello que nos ha generado el dolor que traemos y someternos a un tratamiento que casi inocuamente nos va a depositar en un mundo ideal donde el dolor ya no existe.

Las raíces del dolor

La realidad es que durante mucho tiempo, muchas veces, muchos años, hemos vivido de una manera poco tolerante, instalados completamente en la mente, atravesando dificultades emocionales sin tomarnos el tiempo de procesarlas y sanarlas; hemos ido a mayor velocidad de la que un cuerpo emocional es capaz de tolerar y nuestros cuerpos, físico, emocional y energético, se han ido cargando, poco a poco, de tensiones diferentes que fueron creando una estructura rígida de dolor difícil de deshacer en un santiamén.

Si un terapeuta consigue con sus buenas técnicas aliviar en un alto porcentaje el cuadro de dolor en unas pocas sesiones, realmente podríamos llamar mágica a semejante terapia.

No es fácil y lleva energía volver sobre los pasos dados, buscar en cada parte del cuerpo, en cada grupo estructural, las huellas de los malos hábitos posturales, de las tensiones emocionales, del estrés cotidiano. Lleva su tiempo y, en proporción, es mucho menor el lapso necesario para liberar el cuadro de padecimiento que nos ha llevado al extremo de ir a ver a médicos y a terapeutas.

Si vivo en la mente, si el pensamiento se ha apoderado de mí y no tengo momentos de relax o de esparcimiento, si disfruto poco de la vida y vivo preocupado, si soy un profesional exigente que no puedo dejar ninguna responsabilidad en manos de otros o que hago un trabajo que me provoca padecimiento o vivo en situaciones de presión permanentes, es lógico que meta en ese caldo de estrés al terapeuta que con sus artes va a sacarme de la trampa dolorosa que yo mismo creé.

Es difícil aceptar que soy responsable de mi bienestar y debo hacer cambios en mi vida para disminuir el dolor. Es más fácil pensar que todo lo que no puedo resolver en el mundo exterior lo resolverá por mí un terapeuta en un momento, para yo seguir haciendo de las mías sin consecuencias.

La magia empieza por casa

Así y todo, asumir el dolor como propio y conseguir un lugar en el que pasar un buen rato, desconectar de todo y ayudar al terapeuta a deshacer los nudos del cuerpo, es menos sacrificio del que muchas veces se piensa. Puede doler un poco al principio, pero en un marco de contención emocional y, considerando todo lo dicho anteriormente, soltarse y dejar que la magia forme parte de una sesión es una buena actitud.

Hay muchas personas que visitan a su terapeuta con confianza e ilusión y asumen que el cuadro de dolor, estrés y todo lo demás es propio. Darle un poco de tiempo a un profesional para que haga el trabajo que nosotros no hacemos, de relajar y liberar al cuerpo de tensión, aceptar que estamos necesitando su ayuda, puede ser la actitud que haga de la terapia algo mágico que, al final, en pocas sesiones consiga deshacer una rigidez de años.

Atravesar ese primer límite de la mente, la idea de un único momento en el que el terapeuta deba exponer todo su conocimiento, es lo que permite quedarse para que la terapia funcione. Y, a lo mejor, como suele pasar, tras entender cómo funciona y experimentar una terapia que no tiene contraindicaciones, que contiene y libera, decidimos al alcance de la mano como una rutina regular, antes que esperar el milagro de la sanación que nosotros mismos no podemos construir en nuestro interior.

©Pablo Rego. Profesor de Yoga. Masajista-Terapeuta holístico. Diplomado en Medicina Ayurveda de India

http://yogasinfronteras.blogspot.com