La soledad temida, la soledad amada

2016-11-21

“Despojado de todo y de todos, aislado, incomunicado, sin compañía. Solo.” Este podría ser el concepto, la definición de soledad. Pero desde esa única idea de soledad es posible, a su vez, hacer dos interpretaciones absolutamente contrapuestas. Escribe Maitreyi Muñoz.

La primera de ellas, la más habitual, la que se nos ha inculcado desde el hilo de los tiempos, nos ubica en la connotación peyorativa de la idea al entenderla como la situación forzosa en la que nos hallamos tras la pérdida física, emocional o espiritual de uno o varios seres queridos o la ausencia natural de éstos, además del estado de tristeza, depresión, nostalgia, angustia, incluso ganas de morir, que esa situación conlleva.

Obviamente, esta aseveración produce en nosotros un rechazo inmediato hasta un miedo real, ya que exceptuando ese tipo de personas que eligen de modo voluntario la soledad como estado ideal de vida, al resto de la humanidad se nos ha enseñado a vivir en comunidad, en pareja, rodeados de amigos, inmersos en relaciones sociales, reales o virtuales, que nos hacen verdaderamente dependientes de todo ello  hasta el punto de enfermar emocionalmente si esas relaciones se desmoronan.

Y cuando se desmoronan, cosa que sucede con harta frecuencia, esa definición de soledad se materializa causando auténtico sufrimiento para el individuo que la padece.

Pero lo que me ha impulsado a escribir estas líneas es un segundo concepto no tan generalizado, pero absolutamente verdadero, real, legítimo y desde luego, mucho más saludable para el alma.

Me refiero al concepto de la soledad del silencio, no como ausencia de todo sonido, sino la soledad del silencio de nuestro ser, nuestro silencio interior.

Este silencio profundo, recóndito, esencial, lleva implícito siempre un estado de soledad que contrariamente al que describíamos antes, no produce angustia ni melancolía, sino una inmensa paz, serenidad incondicional y el más absoluto gozo, sin estridencias ni delirio.

La soledad entendida de ese modo se proyecta además desde nuestra libertad más absoluta, ya que solo se alcanza cuando dejamos de ser cautivos de toda impresión mental, de todo apego, de todo miedo, deseo u odio. Y ya nunca será temida porque cuando se experimenta, lleva siempre asociado un estado de dicha incuestionable.

Estamos solos, solos con nosotros mismos, nada más, nadie más.

En ese estado de silencio interior ningún ruido interno nos perturba ni ningún ruido externo puede perturbarnos, pero no hay cisma ni misantropía hacia aquellos que nos rodean y a quienes amamos.

Más al contrario, la serenidad que nos aporta esa insumisión -entendida como la más auténtica y bella de las renuncias- estrecha sin ataduras nuestros vínculos para con ellos porque durante esos períodos de soledad plena los intereses desaparecen y cualquier relación se sustenta en el Amor puro, sin deseo ni contraprestación.

Ya no hay más que plenitud, la plenitud lograda tras despojarnos de todo aquello que nos encadena a pensamientos y sentimientos y que, por tanto, nos limita.

Plenitud en la fusión con el Todo, en el reconocimiento que solo Somos Eso, comulgándonos con la propia Existencia, sabiéndonos que ya no somos nuestro cuerpo y nuestra sombra sino el mismo Universo, eximiéndonos de culpas y pecados, abandonándonos en la Redención, en esa soledad amada donde pudiéramos hallarnos para, únicamente, Ser.

OM

[Experimenté por primera vez este estado de soledad durante mis prácticas de meditación y posteriormente he continuado experimentándolo cada vez con más frecuencia e intensidad en mi vida cotidiana.

Mi Sadhana, estudio, entrega, devoción, contemplación, mi perseverancia, mi abnegación, van encaminados a que esa Soledad amada, se convierta en mi estado natural permanente y definitivo, sin ningún tipo de interrupción, sin vacilaciones ni cambio]

Maitreyi Muñoz. Discípula de David Rodrigo (Āchārya Jijñāsu), maestro tradicional de  Advaita Vedānta

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