Yoga, la hipótesis espiritual

2014-07-07

Antes practicaba el saludo al sol, trikonasana, sirsasana y otros ejercicios yóguicos con la piel, los tendones, músculos y huesos. Hace ya algún tiempo que los realizo todos con el espíritu. Es mejor, cansa menos, sobre todo porque el espíritu es más ligero. Escribe Joaquín G. Weil. Fotografía Carolina Pino.

Yoga Sala

He comprendido que uno de los principales obstáculos con los que nos encontramos en nuestra práctica es la pereza. Y dentro de la pereza, el principal es la pereza de la mente. ¿En qué consiste la pereza de la mente? En lo básico la mente quiere que la dejen a su aire, envuelta, embalsamada y prisionera de sus pensamientos circulares y reiterativos.

Todo este asunto de estirar las rodillas, encontrar el equilibrio sobre los isquiones o las plantas de los pies, respirar amplio y libre, siempre por la nariz, extender las palmas de las manos en el perro boca abajo, estirar la columna y empujar con la coronilla… todo eso fastidia a la mente porque la arranca de sus cantinelas obsesivas. Como más o menos decía Trungpa Rinpoche, enclaustrarse en los propios puntos de vista, ideas y emociones es como olerse el propio sudor dentro del edredón en una perezosa mañana de domingo.

Nada que hacer en el paraíso

Los seres humanos solemos proyectar fuera nuestras pulsiones, preconceptos y emociones. Por ejemplo, en el paraíso, donde queremos encontrar la abundancia «all you can drink and eat» como en los cruceros de placer, o en el Whalhala de los vikingos. Encontrar las huríes del Profeta o… abandonarnos a la Pereza.

Pensamos que en el más allá sufriremos, en el infierno o en el purgatorio, pero no tendremos que trabajar nada, o iremos al cielo donde nos tocarán la lira mientras sestearemos sobre una mullida y algodonosa nube. Incluso los más irredentos agnósticos y ateos piensan que se morirán y, ea, obscuridad total, no habrá nada y, por supuesto, entonces no habrá ningún esfuerzo ni tarea.

En ningún caso consideramos que en el Más Allá nos tocará limpiar la casa, ir a la oficina, atender a los enfermos o ir a clases a aprender o enseñar algo, por ejemplo, yoga. Estamos, una vez más, proyectando nuestra pereza. Igual que el emblema sobre el catafalco: «Descanse en paz». Vale, lo de «en paz» bien puede ser, pero en cuanto a «descanse»… está por ver. Nada nos garantiza que traspasado el umbral de la muerte no nos toque trabajar más duro todavía.

Hay quien se esfuerza para tocarse en flexión profunda los dedos de los pies con las piernas estiradas, o se concentra con ardor para alcanzar el samadhi o el nirvana. Ni tocarse los dedos de los pies en uthanasana otorga la felicidad, ni alcanzar ningún supuesto logro espiritual nos exime de la práctica. Si hay algo en lo que coinciden los yoguis y bodhisattvas realizados es en que, una vez alcanzados los objetivos de iluminación o claridad mental, hay que redoblar el tesón y la práctica resuelta y constante.

Decía el filósofo griego Platón que antes del nacimiento nuestras almas vivían en un lugar celeste llamado «topus uranos» donde conocían todo. Por algún motivo, a las almas les toca caer en este mundo y en este cuerpo y… ¡cataplón! Después de ese cósmico batacazo espiritual, aquí estamos pasmados y aturdidos del golpe, procurando recordar lo que un día supimos.

Cuando contemplo a los niños realizar de modo espontáneo posiciones y ejercicios que tranquilamente pueden llamarse yóguicos, me da la sensación de que son espíritus que están procediendo a reconocer sus cuerpecitos y, a través de ellos, el mundo todo. Qué gran don este cuerpo y la vida humana, qué grandes instrumentos de conocimiento, se dice en el yoga y en el budismo.

Trabajar hasta el final

También en estas filosofías se dice que dentro de cada cual está la calma, la salud, la sabiduría, la tranquilidad y el equilibrio. ¿Cómo es que no está entonces en nuestra mano y a voluntad el disfrute de todos estos dones? Todavía hablando de la pereza que suele aquejar al ser humano, lo que nos gustaría en realidad es que viniera un santo, guru o profeta a imponernos las manos y otorgarnos de súbito y sin esfuerzo la iluminación, la salud perfecta o la ciencia infusa, y, ea, así podríamos dedicarnos tranquilamente a echarnos en la tumbona de la piscina emborrizados en crema solar o a tirarnos en el sofá a ver el twitter y el facebook en la tablet.

En efecto, se encuentran en el interior de cada cual de modo natural y propio todos los verdaderos dones superiores imaginables, pero es preciso dedicarles un tiempo y un trabajo. Es necesario procurarlos mediante la práctica, ir a ellos. Esto que digo es pura lógica; lo otro sería la pirotecnia del portento y el milagro.

Volviendo a lo primero que hemos apuntado arriba, cuando realizamos concentradamente el saludo al sol, estamos moviendo mente, cuerpo y el pancha kosa completo, todos los cuerpos, almas, espíritus y mentes posibles que haya en nuestros adentros.

Como puede apreciarse, este escrito versa sobre la pereza como obstáculo de la práctica… y sobre la espiritualidad, y la relación entre ambas. Hablando de esto mismo una vez una astróloga, que me retribuía con una carta astral las clases de yoga recibidas, me vaticinó que viviría mucho tiempo y que estaría trabajando hasta el final. Lo de vivir mucho tiempo está por ver. Lo de trabajar hasta el final… no hace falta ser astróloga o vidente para averiguarlo, basta con leer de vez en vez los periódicos para tenerlo claro. En cualquier caso, firmaría ahora mismo ese contrato con el Universo: vivir mucho trabajando hasta el último día. Sería señal de salud, energía, alegría, claridad mental y muchos otros etcéteras. Aunque tal vez, dirían los más escépticos, sería señal también de trabajar en algo que a uno le gusta.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

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