Historias para compartir: De mantras, dudas e imperdonables olvidos

2013-03-01

No tengo muy claro cómo llegué a hacerme cantante de mantras, entre otras cosas porque hace unos años no consideraba que cantar repetitivamente una palabra o frase, cuyo significado tenía poco sentido para mí, fuera mínimamente atractivo o siquiera útil. Escribe Beatrice Price. Foto: Jorge Zapata.

Beatrice

Recuerdo mi primera experiencia con los mantras. En la Sierra de Aracena, y de la mano de Francisca López, aprendí mis primeros mantras, que me atraían más por su musicalidad que por su significado espiritual. De hecho, la palabra “espiritual” me provocaba cierta urticaria, en un momento en el que mi relación con lo religioso o espiritual se limitaba a la lectura de múltiples libros de crecimiento personal y cero práctica de ningún tipo de ritual. No me casaba con nada ni con nadie, era la mayor de las escépticas. Así que cantaba mantras con el entusiasmo de una amante de la música, sin pensar mucho en su significado o en la energía que pudiera haber en el propio sonido de las palabras.

Un poco más tarde conocí a Gabriel Darío Fainstain, cantante, terapeuta bioenergético, acupuntor y, sobre todo, conocedor profundo del hinduismo, del Kundalini Yoga, y de las prácticas del Bhakti Yoga, que incluyen cantos devocionales de mantras. Con él aprendí no sólo a recitar y cantar mantras, sino a dejarme traspasar por su poder vibratorio, a ir integrando su profundo significado, y a entonar sus melodías con una enorme devoción, sin entender aún su utilidad, pero confiando algo más en su poder curativo.

Mi siguiente contacto con los mantras fue durante mi formación como terapeuta Gestalt. Los talleres comenzaban muchas veces con una sencilla meditación en la que resonaba de fondo algún mantra cantado por Deva Premal. Nunca había oído hablar de ella. Era una cantante de origen alemán que había pasado los últimos 20 años cantando mantras por todo el mundo, siendo una de las cantantes de mantras occidentales más reconocidas.

Tengo que reconocer que su voz no me atrapó en un principio. Es una voz dulce, quizás demasiado dulce para mi gusto, casi empalagosa, con pocos matices aunque muy firme y con cuerpo. Sin embargo, lo que me conquistó de ella fue el amor que desprendían sus cantos, sus vídeos, su página web, sus fotos… Llegué a la conclusión de que cantar mantras debía ser muy satisfactorio, porque ella no hacía otra cosa día tras día y, lejos de parecer cansada o desilusionada, sus entrevistas y vídeos no hacían sino apoyar la idea de que hacía exactamente lo que amaba. Y comencé a aprenderme todos los mantras que ella cantaba, a investigar y a estudiar todo lo relacionado con el canto de mantras.

Aprendí que en India y en otros lugares, lejos de lo que creemos aquí, cantar mantras es algo devocional pero a la vez muy habitual y doméstico. Es cierto que se cantan mantras como forma de rezo, para pedir bendiciones o ayudas a los dioses, pero también para pedir cosas mucho más mundanas, tales como que la comida salga buena, que un coche no nos lleve por delante, que no enfermemos, o que el negocio que vamos a emprender nos reporte un beneficio generoso. Esto fue definitivo para mi, porque dejé de considerar los mantras como cantos exóticos o demasiado formales, y pasé a cantarlos como quien canta una nana o la sintonía de una canción favorita. Poco a poco los mantras fueron pasando a formar parte de mi vida, y al poco tiempo me surgió la oportunidad de conducir un grupo de canto de mantras en el centro de yoga Yogasala, de Málaga.

¡Deva Premal en mi ciudad!

Y entonces fue cuando me enteré de que Deva Premal venía a cantar a mi ciudad. Inmediatamente escribí a la dirección de su página web, expresando mi deseo de conocerla. Me contestó diciendo que, tras el concierto, fuera al backstage y pidiera que me dejaran pasar. Poniendo en duda que realmente me hubiera contestado ella, imprimí su mensaje y esperé impacientemente que llegara el día del concierto. Éste fue impresionante, y el teatro estaba hasta los topes, personas de todo tipo coreaban los mantras y se maravillaban de la potencia, la energía y la vibración sonora que unas simples palabras pueden transmitir.

Tras el concierto, allá me fui al backstage acompañada de Isabel Martínez (profesora de Yoga), Ada Díez (profesora de música) y Alain Wolter (músico), con el correo impreso en la mano y cierto pudor. El caso es que la chica de seguridad se negó a dejarnos entrar, y fue solo gracias a nuestra insistencia y la evidencia impresa de nuestro intercambio epistolar con Deva que transigió y nos condujo a donde nos esperaban Deva, Miten y Manose.

Nos recibieron con una gran sonrisa y mucha calidez. Estaban cenando, pero interrumpieron su cena para charlar con nosotr@s un rato, intercambiando experiencias e interesándose por nuestro proyecto de canto de mantras en Yogasala, pionero en Málaga. Disfrutamos de su sencillez y de su genuino interés por que el canto de mantras se convierta cada vez más en algo habitual y conocido en nuestra ciudad.

Nos despedimos con un abrazo, y bajamos la escalera. Al llegar a la puerta y cerrarse ésta a nuestras espaldas, resonó la voz de Alain: “¿Por qué no os habéis hecho una foto con Deva?”. Isabel y yo nos miramos con la boca abierta. ¡Qué fallo más tonto! “¿Cómo es posible que no hayamos caído?”, dijo Ada.

Al principio me sentí muy tonta por haber perdido esta estupenda oportunidad. Luego me di cuenta de que, en el rato que pasamos con Deva y Miten, éramos unas cuantas personas que tenían en común el amor por la música y por la práctica regular del canto de mantras, y un respeto profundo por el Yoga y la meditación, y eso era lo que se respiraba allí. Si, Deva, Miten y Manose son músicos reconocidos mundialmente, pero también son personas que realizan cada día una práctica espiritual idéntica a la que hacemos nosotr@s en Yogasala y en nuestros hogares, y eso nos hace iguales. Eso fue lo que sentimos. Por eso, las cámaras quedaron olvidadas en el fondo de nuestros bolsillos. Quizás en su próxima visita nos acordemos de inmortalizar el momento. O quizás no.

Om Namah Shiva.

Beatrice Price