Oṃ maṇi padme hūṃ

2017-03-20

Hace ya un par de años tuve el placer de asistir a las enseñanzas que ofreció el Dalai Lama en su hogar adoptivo, Mcleod Ganj. La reflexión al respecto giraba en círculos amplios y suaves, como el vuelo de las águilas que me despertaba a diario. Y hermoso como ese vuelo, fue escuchar, ver y sentir la energía que emana ese Ser a sus 80 años. Escribe Nale Parada.

Hasta hace nada, era vivo representante de esa «utopía»-la entrecomillo porque siempre me pareció extraño que lo de más sentido común fuera utópico y lo absurdo, tópico-, de esa sociedad dirigida por sabios, como, entre tantos otros, propuso Platón en su República.

La consciencia hecha coherencia de que «la mejor manera de mandar es entregarse a los demás», ese “mandar es servir”, expresado por alguien que posee la fortaleza que sólo otorgan la profunda inteligencia y la bondad. Y me quedé, como siempre, con la deliberación respecto a la compasión, esa palabra que marcó mi vida desde la adolescencia, obviamente no en el sentido pervertido por ciertas confusiones del dogma religioso, si no en su profunda fusión con la comprensión del amor que ve y se expresa más allá de apariencias. La que surge del desarrollo del amor bondadoso y el interés activo por los demás que expresa ese mettā  (pāli) o maitrī  (sánscrito). El Dalai desprende amor bondadoso e inteligencia espiritual, y contagia, cómo todos los sabios, a aquellos que le escuchan dispuestos.

Quizá algún fenómeno inexplicable surge ante  la rendición a la belleza de los Himalayas, a la verdad del silencio, y a la confianza en la bondad fundamental que expresan los tibetanos. Nunca había podido dialogar tan fácil y plenamente con tantas miradas y sonrisas, fundiendo mis hábitos de estudio filosófico, reflexión, escritura, meditación e intercambio humano. Las historias sobre exilios inmerecidos, prisiones injustas  me conectaban a esa “flor en el desierto”, que en la intemperie germinó en mi pecho, convirtiéndose en mi hogar interior. Creo que no conozco nada más serio que me genere una sonrisa más amplia. Si la idea ascendiese desde ese centro para manifestarse en voz, sería algo así cómo  profunda y expansivamente. Sin embargo, desde anahata resuena el Oṃ maṇi padme hūṃ como ese loto que surge del fango, esa flor sublime gestada en el encuentro de Mettā -amor bondadoso-, con el sufrimiento inevitable de la vida. Ese loto que expresa la sabiduría que surge ante la rendición al “encuentro” con la sublime belleza y fragilidad de la vida humana. Desde allí, el Ser ríe y llora, juega y aprende a jugar sabiendo que juega y de ese modo, sobre todo, Es. Es profunda alegría vital y expansiva comprensión interior, sin paripés.

Durante ese periodo hubo muchas posibilidades de reflexionar y trascender ese absurdo sentimiento de «bueno tonto» que formaba parte de cierta errónea deliberación. Pensé que la empatía era intrínsecamente incondicional. Cierto que, como todas las emociones, es profundamente expansiva: desde dentro se expande construyendo la realidad que interpreta. Sin embargo, la auténtica empatía es la que surge de las neuronas espejo; la que, según lo que la ciencia ha demostrado, nos hace activar las mismas sinapsis neuronales hacia el sufrimiento del otro que si fuera nuestro; ese sufrir-amar-sentir “com”- pasión (sufrir con); ese amor que desea el bien y la verdad hacia todos los seres pero que a pesar del deseo es capaz de afrontar la realidad. Es, en suma, un estado de consciencia que posee tanta plenitud en sí mismo que no necesita nada. Tan expandido y tan vacío de sí mismo que es capaz de albergar la plenitud de la vacuidad.

El Amor de esta esfera es el espacio para la Verdad, el Bien, la Bondad y la Belleza, los santos griales de la filosofía de toda la humanidad en todos los tiempos. El amor como esa energía autoconsciente que acepta, comprende y se expande. Acepta Todo lo que Es. La Belleza del Loto, la Verdad del fango y la Bondad fundamental como la fuerza vital que hace que la flor de la sabiduría surja de la ignorancia.

Aunque el Dalai cuando se trata de mentira y de ignorancia -casi siempre sinónimos- no se anda con pamplinas, es un maestro nutriente y edificador. Otros dirigentes en sus circunstancias alimentarían el odio al enemigo, la venganza, el dolor de un pueblo y el dolor de este mundo que se retroalimenta desde esos puntos de partida que nuestro cerebro reptiliano considera obvios. Sin embargo, la sabiduría no: tiene otros criterios. Y de ahí, más allá de las apariencias y sin dejar de persistir en su libertad, su triunfo es ser un foco de luz en este mundo. A veces, sentía incluso que vivir allí era cómo vivir en otro planeta. Están, al menos los lamas, en constante relación con  la sabiduría a través de la meditación y el estudio. En ese microcosmos energético que adoro desde niña.

Luz más fuerte que el fango

Lo que me parece más triste es que nos resulte tan extraño que se unan inteligencia, cultura, sabiduría, paz, independencia interior, bondad y Poder -poder que un sabio sólo usa para inspirar a otros a evolucionar-. Sin embargo, imaginad la dulzura del bálsamo de saber que Verdad -bien- y Bondad siguen siendo parámetros reales capaces de manifestarse y ser reconocidos. Es más, que esa luz es mucho más potente que la oscuridad del fango.

Imaginad un lago de enormes dimensiones repleto de fango y un loto, sólo uno, sólo un loto muy, muy hermoso, en ese lugar de enormes dimensiones. ¿Cómo sería vuestro titular en una revista dedicada a la sabiduría? ¿Qué os parece «El Poder de la Verdad»?

Bien, Bondad, Belleza en este contexto son sinónimos de la Verdad Filosófica en mayúsculas, dado que la reflexión obliga a entender que lo que no es Verdad, Bien, Belleza interior, Bondad, filosóficamente es oscuridad sobre los potenciales humanos, ausencia de luz, claridad , discernimiento, comprensión y consciencia. En fin: lo que se suele llamar el mal o la ignorancia.

Me contaron que el Dalai empieza con discursos sencillos capaces de inspirar a todos, y continua profundizando con los lamas, sigue con sus discípulos más cercanos y evolucionados, hasta que apenas nadie puede seguirle y se queda sólo. Este hecho me hizo reflexionar sobre que los grandes maestros no degradan la sabiduría aunque la simplifiquen y la traduzcan a un lenguaje sencillo. Hay una absoluta comprensión de la complejidad y de la consciencia que les permite sintetizar, facilitar e  inspirar sin degradar. Podríamos, para comprenderlo, pensarlo en píxeles. Reducir lo grande o degradar.

Hay un libro editado en nuestro idioma como Emociones destructivas. Es una recopilación de textos de intercambio de pensamiento del Dalai e investigadores como D. Goleman -famoso por el libro Inteligencia Emocional-, que se dedican a lo que podríamos llamar la nueva neurociencia y “psicología de la felicidad”, asentada especialmente en la filosofía del budismo tántrico. Siempre he considerado al Dalai cómo uno de los grandes inspiradores de este giro académico contemporáneo en las ciencias de la mente, muy relacionado con lo que entendemos por Mindfullnes. Mindfullnes es Gñana Yoga -yoga filosófico o gnoseológico-, con elementos fundamentales del budismo tántrico que representa el Dalai.

El poder de la Verdad

Siempre me ha resultado inspirador creer en el “ Poder de la Verdad”. Sigo siendo leal a mi confianza en la bondad fundamental- quizá algunos se asustarían al saber dónde fortalecí esa confianza-. La autenticidad que surge del fango es incomparable. Todos hemos tenido la oportunidad de vivir la experiencia. Superar y trascender determinados aspectos o rostros del sufrimiento, amplió nuestra comprensión y nos hizo más humanos. Cierto que en este caso es fundamental diferenciar la transformación del sufrimiento, de su evasión, racionalización y negación. Sólo podemos transformar lo que aceptamos. Por eso es tan importante filosóficamente disolver autoengaños y afrontar la realidad.

Tan sólo la Verdad es capaz de inspirar la acción pura, esa acción que sabemos que es la correcta desde nuestro interior porque fomenta nuestro desarrollo y genera el mayor Bien posible, más allá de éxitos o de fracasos mundanos. Para algunos, políticamente, lo que queda del pueblo del  Tibet sería un fracaso. Para mi es un foco de luz impresionante. Aunque parezcan solos, como ese loto solitario, resuenan con fuerza en mi interior reforzando la confianza en la más importante, lo más hermoso que albergamos interiormente. Porque estoy convencida de que está en el interior de todo el mundo, para que despertemos más si estábamos un poco dormidos, para que abramos los ojos y veamos el maravilloso potencial de esta Vida. La misma que siempre es Amor en potencia y que los seres humanos tenemos el privilegio de manifestar, realizar, observar y comprender. Aunque, a veces, parezca mentira.

Nale Parada. Licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Acharya de yoga, formada en diversas escuelas, lleva más de veinte años en el mundo del yoga y su enseñanza. Directora de la Formación de Profesores de Yoga de la Asoc. de Yoga y Filosofia.

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