Contra el Mindfulness

2015-01-08

Estoy a favor del mindfulness y del pilates. Como reconozco que estas tomas de posición suelen ser polémicas, ruego al lector me conceda la oportunidad de explicarme. Sobre todo porque de lo que estoy a favor es del «mindemptiness», marca que debería ir corriendo a registrar antes de que cualquier mercader del espiritual branding se me adelante. Escribe Joaquín G. Weil. Foto de Victoriano Moreno (el reportero Jorge Zapata ante el monje zen Francisco Benítez).

Mindfulness

Hasta al escritor y periodista Arcadi Espada, valedor del cientifismo decimonónico, se le hace digerible la meditación si va empaquetada como mindfulnes. Alguien que moteja esto y aquello como «magufo» (categoría en la que supongo entran desde Sanchez Dragó hasta el Dalai Lama) sin embargo acepta la filosofía oriental si viene acompañada de sus correspondientes electrodos prendidos al cuerpo y conectados a monitores galvánicos de encefalocardiogramas.

La polémica mindfulness-sí vs. mindfulnes-no está en el aire. Basta que se reúnan más de dos o tres yoguis o meditadores para que prenda el tema. Hace poco asistí a un desayuno educativo de la Fundación Claudio Naranjo, y la ponente Assumpta Mateu habló de lo mucho que se irritó cuando escuchó por primera vez este término asociado a su correspondiente concepto: «Lo que están haciendo es vender la meditación de toda la vida simplemente envuelta en un nombre inglés para que parezca catetamente moderno». (Cito de memoria). Luego recapacitó y vio que, en cualquier caso, esta moda algún bien haría, y que conectaría en algún grado a la persona consigo misma, como la meditación, e incluso tal vez la atrajera a la verdadera meditación.

Igual argumento puede emplearse respecto al pilates en su relación con el yoga o las yogasanas. Pero desengañémonos: pilates y mindfulness se dirigen a un público diferente de los parroquianos del yoga y la meditación. Por eso, y esto es lo positivo, escasamente puede establecerse entre ellos pugna o competencia. Tampoco considero que haya un significativo trasvase ni de lo uno a lo otro, ni de lo otro al uno. Aquí tenemos otro asunto digno de un estudio estadístico.

Objetivamente el mindfulness y el pilates son beneficiosos (por más de un reparo que le queramos poner), y mucho más benignas que millares de otras actividades en las que puedan emplear su tiempo las personas.

De algún modo, pilates y mindfulness son yoga y meditación modificados y presentados para que personas que, por alguna extraña reserva mental, jamás practicarían éstos, puedan con el nuevo envoltorio practicarlos. En este sentido podemos decir que prestan un buen servicio.

Asimismo ocurrió recientemente que, por consejo de Fernando Fernández de Castro, vi el vídeo de la conferencia «Meditación, Budismo y Transformación Social» de Adam Lobel, acharya de la Meditación Shambhala. Además del también candente asunto de la meditación en su relación con la transformación social, tópico que abordaremos en venideros artículos, hace una crítica bastante exhaustiva al mindfulness como sucedáneo de la meditación.  Como era previsible, señala que el mindfulness y la meditación poco tienen que ver, y  además previene de que esta moda, dentro de la cultura del esfuerzo, puede ser un factor más de estrés. Como una especie de fitness de la mente. Ya no basta con ser guapos, musculosos, jóvenes y esbeltos; además cada cual es responsable (o culpable) si no se quita de encima ese exceso de grasa mental (la expresión es mía).

La definición del mindfulness como «una meditación con electrodos» es de mi amigo el filósofo y periodista José Antonio Montano.

Una marca afortunada

Los que ya llevamos más de una década en esto de los cursos, talleres y clases de las prácticas psicofísicas, el desarrollo personal, etc., ya hemos visto en más de una ocasión cómo un branding (dicho sea también en inglés) afortunado tiene su ciclo de subida y bajada. Alguien se inventa una marca, la registra, hace fortuna y luego poco a poco se vulgariza y decae. Como decía ese gran genio ampurdanés, Dalí, «moda es lo que se pasa de moda». Hoy cualquier coach (otro dichoso palabro en inglés) lo primero que te aconseja es crear una marca (o al menos acogerte a alguna que esté en boga). Sin marca no eres nada hoy en día.

Y la palabra «mindfulness» es sin duda una de estas marcas afortunadas. Aparte de estar en inglés concuerda por completo con el signo de los tiempos: «mind- fulness». En fin, que parece algo deseable aquello de tener una mente plena o llena. Pero, lo siento, lo que vienen recordando los grandes maestros es que con la mente lo primero que tenemos que hacer es vaciarla, porque en una vasija llena ya no cabe nada. Y porque lo que hemos estado haciendo hasta ahora es llenar la mente con esto y con aquello, así que ahora toca vaciar un poco la mente y dejarla a su aire. Por eso no en broma dije al principio que soy partidario más bien del «mindemptiness», el ideal de vacío, el «sunyata» de los millares de generaciones de meditadores budistas.

Sin ser un especialista, lo que también aprecio en todo este fenómeno es el propósito consciente o inconsciente de instrumentalizar la meditación, o sea convertirla en una herramienta para conseguir esto o aquello, alcanzar logros previamente propuestos y, en suma, asistirnos en la consecución del éxito, sea esto lo que sea que queramos entender. Este es el nuevo factor de estrés del que hablaba Adam Lobel. Por su parte la meditación es incondicional. Evidentemente nos iniciamos en el yoga y la meditación movidos por diversos objetivos o anhelos. Pero después el proceso y el resultado de la meditación no están condicionados por aquellas premisas y conjeturas iniciales, porque es un grado más en nuestro desarrollo y no puede verse sometido ni atado por los planteamientos previos a la propia indagación y práctica. Esto es lógico.

Dado que, como señalan los filósofos, la ciencia ha sustituido a la religión como ideología predominante en nuestra cultura y sociedad, cualquier tipo de teoría o casi de acción humana quiere verse «bendecida» por la ciencia. En este marco se incardinan los ya añejos estudios del doctor Tomio Hirai (Meditación Zen como terapia), y del doctor Hiroshi Motoyama (Chakras, Kundalini y las energías sutiles del ser humano) y los cientos o miles de estudios que otorgan el preciado marchamo de «científico» a la práctica del yoga y la meditación.

Lo que sí parece un tanto osado es que personas con escasa experiencia personal en el estudio de su propia mente, por más «másters» (o maestrías) que hayan cursado, y por más títulos (académicos o no) que los avalen, pretendan guiar otras personas en el estudio de sus mentes respectivas. Considero que tal vez sea aconsejable para cualquier monitor, profesor o maestro de meditación (o cualquier otro nombre que se le quiera dar) contar con una experiencia personal de práctica asidua de por lo menos veinte años antes de comenzar la enseñanza. Veinte años es precisamente el tiempo que el doctor Tomio Hirai, con sus electrodos y monitores, declaraba necesario para entrar en la fase avanzada de meditación. De algo nos habían de servir este las investigaciones científicas aplicadas a la meditación.

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga, director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros.

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