Los yoguis de la India

2012-11-26

¿Hay muchos yoguis en la India? Gustavo Plaza, editor de la revista Sadhana de Ecuador, responde a esta pregunta y habla sobre su verdadero maestro y gurú, un sacerdote católico.

Una vez más me encuentro sentado en una barca que navega a lo largo del río más sagrado de la India: el Ganges.

Benarés o Varanasi es la ciudad viva más antigua del planeta y desde siempre ha sido cuna de sabiduría y espiritualidad.

La vida religiosa de este pueblo milenario se desarrolla a lo largo y ancho del Ganges y en los Gaths de Benarés se escribe buena parte de las páginas de la historia de los yoguis de la India moderna.

Caminar o navegar por los gaths en las primeras horas de la mañana es una experiencia sin par.

En medio del torbellino de la vida cotidiana que despierta, los yoguis, escasos los auténticos, buscan su refugio silencioso en lo más profundo de su ser interior.

Creando a su alrededor un aura de paz, encontramos un meditador inmóvil. La perfección de su postura, la calidad de sus mudras y su rostro escondido no sólo evocan un halo de misterio, sino que revelan que está entrenado en el Hatha-Yoga genuino y en los escalones más elevados del Radja-Yoga.

Con la espina dorsal perfectamente erguida, sin soporte que sostenga su asana, permaneció inmóvil por más largo tiempo del que se pudiera esperar. Desapareció igual de silenciosamente como apareció.

Yoguis comerciantes

Pero no es cosa fácil encontrar verdaderos yoguis, verdaderos sadhus, auténticos gurus. No abundan, ni en Varanasi, ni en Rishikesh, ni en Nepal, ni en el Tibet. La gente piensa que el Oriente está llena de estos hombres y mujeres singulares pero no es así; es más bien totalmente lo opuesto. Hoy la gran mayoría son comerciantes, hombres de negocios que buscan la mejor manera de venderse y de ganarse el pan de cada día.

Muchos de estos pseudo-yoguis solo buscan reconocimiento, seguidores y dinero. No son muy distintos de los pseudo-yoguis de Occidente, pues tienen los mismos intereses y los mismos vacíos y falencias.

Sentado en uno de los gaths de la ciudad de Benares, después de meditar, veía el sol nacer al Oriente. Sentí esa mañana mucha gratitud porque tuve la suerte de conocer a un gran yogui, un genuino buscador espiritual que fue quien me inició en todo esto, el Padrecito César Dávila, maestro, amigo, guía.

Uno de los grandes en quien el amor y el poder espiritual eran tan fuertes que donde quiera que estuviera se hacía sentir.

Él, como sacerdote, me hizo volver a respetar un cristianismo que yo había olvidado; él me hizo recordar que no depende de religión sino del interno sentir.

Auténtico gurú

Universal y siempre abierto a conocer más. Humilde y franco, un hombre honesto que ejemplificó durante su vida lo que es ser un auténtico gurú.

No necesité ir a India, ni subir a los Himalayas para recibir las enseñanzas más elevadas del yoga; lo hice en mi ciudad, en la organización que mi maestro fundó (AEA). Guiado de su mano.

Comprendí desde joven que no había necesitad de cambiarse de religión, de viajar a otro país, pues el yoga no es privilegio de iniciados, y que la mística de todas las religiones nos regalan destellos de este camino interior.

Y mientras observo el flujo de ese río sagrado me doy cuenta de la fecha: es 1 de noviembre, día en que nació mi maestro. Llevando con devoción mis manos en gesto de oración frente al corazón le recuerdo y le envío mi amor… yo sé que tengo el suyo… Jai Guru!

Quién es

Gustavo Plaza es profesor de yoga en Guayaquil, Ecuador, y director de la revista Sadhana.