Ese gran yogui llamado Cristo

2015-08-28

Cuando los infatigables jesuitas llegaron a evangelizar las altas tierras del Tíbet, los naturales del país les recibieron amigablemente. Con gran generosidad les ayudaron a construir las capillas cristianas como quien trae rocas para erigir una estupa budista en mitad de los neveros y las gélidas cumbres. Escribe Joaquín G. Weil.

jesucristo

Sin embargo los jesuitas se encontraron con un oponente más fiero que los leones del circo romano. Dijeron: «Cristo murió y resucitó al tercer día». Los paisanos respondieron: «Eso está bien. En este país también se acostumbra».

Pienso que con este breve diálogo la batalla por la fe en aquellas inhóspitas tierras ya estaba decidida. En India, país de milagros y portentos por antonomasia, pudieron ocurrir una y mil veces anécdotas semejantes. Sin embargo, la historia del cristianismo en India fue necesariamente más compleja.

Uno de los primeros ciudadanos indios que conocí en mi búsqueda de las fuentes del yoga fue David Davora, un sefardita de la centenaria comunidad de Bombay, descendiente de los judíos expulsados de España. Todavía comprendía el español, aunque no se determinaba a hablarlo, por falta de costumbre. Que los sefarditas llegaran hasta India no es extraño, pues en aquel país había una colonia judía desde hace literalmente milenios. Ese fue el motivo por el que el apostol Tomás viajó hasta allí y murió y fue sepultado en el extremo sur del país.

Tomás era a la India lo que Santiago Apóstol a España. Conocido es que los apóstoles viajaban en primer lugar a evangelizar a las colonias judías esparcidas por las cuatro esquinas del globo. También coincide que al apostol Tomás se le considera autor del que tal vez sea el evangelio (apócrifo) más profundo y hermético, que comienza diciendo: «Quien comprenda el significado de estas palabras no saboreará la muerte».

Los grandes yoguis y maestros de India que han hablado o escrito sobre Cristo mayoritariamente lo han considerado un gran bhagaván, o sea, una encarnación divina en la tierra. Como en el caso de los tibetanos que mencionábamos al principio, la figura de un dios o hijo de dios encarnado en la tierra para evolución espiritual de los seres humanos es en las tradiciones de India algo frecuente. Incluso todavía más: existe la figura del avatar de Vishnu, las sucesivas encarnaciones de esta divinidad a través de los siglos, como Krishna o Buda, por ejemplo.

Hay una figurilla en los comercios religiosos de India que refleja plenamente la perfecta asimilación del crisianismo en India: es la figura del Buda-Cristo sentado en meditación en posición del loto. Por otra parte, el continuo (no lo voy a llamar influencia) desde el budismo hacia el cristianismo es palmario. No sólo probablemente a través de los esenios y otras escuelas de filiación desconocida, pero que se plasma en la canonización de Buda y su cochero en la Leyenda Aúrea de Santiago de la Vorágine como San Josaphat y San Barlaán. Y continúa hasta nuestros días en los mística zen cristiana, como Thomas Merton, el caso más conocido, y Ana María Schlüter, y hasta el propio Arrupe, etc.

Una cuestión interesante es la imaginación sobre lo que haría o hubiera hecho Cristo en tal o cual entorno o supuesto. Desde luego no hubiera estado en el lugar de los que cometieron tantísimas salvajadas en su nombre, sino que hubiera estado en el lugar de los judíos y moriscos expulsados de España, en el lugar de los perseguidos por la Inquisición, en el lugar de los nativos evangelizados a sangre y fuego en tierras exóticas, etc.

Lo que sabemos, según los Evangelios, es que estuvo más cerca de la compañía de gentes sencillas y hasta marginadas que no de autoridades civiles o religiosas, ricos y poderosos. Pero una de las mayores apropiaciones y tergiversaciones que se han hecho de la figura de Cristo (y del Buda) es la perpetrada por Hollywood, y que hasta ahora no ha sido, no ya contestada, sino siquiera mencionada o señalada. Me explico.

El Cristo de la santosha

Hace algún tiempo el Dr. Antonio Alcalá Malavé me invitó a conocer sus investigaciones y trabajos por experiencia propia, en su consulta. Si bien ya conocía las indagaciones del Dr. Alcalá expuestas en conferencias, aportaciones que en breve serán publicadas en un libro, esta era una buena oportunidad de vivir una experiencia más personalizada de lo que es la hipnosis regresiva que él desarrolla.

Alcalá cuenta con tres doctorados y diversos premios de medicina, según se lee en el artículo que le dedica la Wikipedia. Además es miembro de varias academias científicas. Está teniendo la valentía y la determinación de acercar el mundo espiritual al científico y viceversa. Un acercamiento no inédito pero que tiene un largo y prometedor camino por recorrer.

Según lo entiendo, la mente, el alma, el espíritu y el Universo mismo tienen muy numerosos aspectos, no me aventuro a llamarlos infinitos, pero bien puede ser. Sin querer enfocarme en algún asunto determinado, dejé que mi sesión personal de hipnosis regresiva discurriera por el camino que libremente fuera. Tal vez tuviera que ver el hecho que el Dr, Alcalá es cristiano, no ya primitivo, pero del Cristo mismo, el caso es que nuestra sesión desembocó en la figura de Jesús. Ahí reparé en lo que estoy tratando de explicar en este artículo. Los realizadores, actores y guionistas de Hollywood han construido un icono absolutamente aceptado, interiorizado por la mayoría y no discutido por nadie (sean partidarios o adversarios) de un Cristo y un Buda pasmados.

Igual que otras semblanzas cinematográficas donde cristos, marías, apóstoles, maestros de espiritualidad y santos son sistemáticamente presentados como alelados, cuajados, carentes por completo de vitalidad. Sus movimientos son lentos, sus poses desmayadas, sus sonrisas pazguatas. Esos arquetipos con toda certeza son falsos, en nada se corresponden con la realidad.

Estoy absolutamente convencido, como no puede ser de otro modo, que Jesús -como Buda- tuvo una vitalidad desbordante. Su mirada tendría que ser vivaracha; sus movimientos, extraordinariamente ágiles. Y seguro que su sonrisa y risa, contagiosa y expansiva. ¿En qué me baso? Primero en la lógica yóguica, en mi experiencia como practicante y profesor de yoga. Una vida y unos discursos como los de Buda y Cristo no podían sino proceder de personas de extraordinaria y manifiesta salud, vitalidad y energía física y, en consecuencia, una inmensa alegría de vivir, generosa felicidad y manifiesto contento.

Por otra parte, los vídeos que poseemos de grandes santos y yoguis, desde principios del siglo pasado, muestran a personas dotadas de gran vivacidad: Ramana Maharshi, Anandamayee Ma, Yogananda, Madre Teresa de Calcuta... En resumidas cuentas, el icono de espiritualidad que suele ofrecerse en películas y desde más antiguo en pinturas o esculturas y otras obras de arte, no sólo no es cierto sino pernicioso a fuer de alejarnos de la realidad.

Como conclusión, decir que el Buda-Cristo tiene sus raíces (y su efecto) en el Yoga; si cometió algún milagro, se le escapó, exudó de su luz, como el sol no puede evitar que de su cuerpo broten los rayos. Y se expresaba en una vitalidad y alegría de vivir nietzscheana: auténtica felicidad yóguica, prema, santosha, ¿qué es si no un Amor-Dios infinito, inconcebible en nuestra escala mental y humana?

Joaquin Garcia Weil (Foto: Vito Ruiz)Quién es

Joaquín García Weil es licenciado en Filosofía, profesor de yoga y director de Yoga Sala Málaga. Practica Yoga desde hace veinte años y lo enseña desde hace once. Es alumno del Swami Rudradev (discípulo destacado de Iyengar), con quien ha aprendido en el Yoga Study Center, Rishikesh, India. También ha estudiado con el Dr. Vagish Sastri de Benarés, entre otros maestros. Más información: http://yogasala.blogspot.com https://www.facebook.com/yogasala.malaga