Simplicidad

2013-02-11

Cuando algo parece complicado es porque lo es, y a la mente le encanta complicar las cosas. La mente disfruta pasándose media vida generando problemas para después dedicar la otra media buscando soluciones. Sin embargo, todo ello ocurre en la misma mente: los problemas y las soluciones. De hecho, si se sabe mirar bien, en el mismo problema se encuentra la solución. Escribe Emilio J. Gómez

Simplicidad

“Mis maestros me enseñaron las ventajas de una vida simple,

pero yo tenía unas condiciones innatas para complicarme la existencia”.

“El druida” Morgan Llywelyn

La vida es simple, sencilla. El sol sale por las mañanas y todo se pone en movimiento. Al mismo tiempo, en otro lugar del mundo el sol se pone y la noche extiende su manto estrellado aquietándolo todo. Y entre estas dos situaciones dadas en el mismo instante, todo un cúmulo de pretensiones y obsesiones, objetivos y metas, deseos y aversiones, amores y odios, encuentros y desencuentros tienen lugar.

Y sin embargo… todo ello continúa ocurriendo en la mente, en el sueño que la mente genera.

Normalmente, a este proceso se le llama vida, y existe también una cierta complacencia en adornarla de adjetivos. Así, la vida es dura, la vida es hermosa, etc. También hay un cierto regusto por añadir alguna coletilla de tintes morales o pseudo-filosóficos: la vida es dura y hay que ser duro para sobrevivir; o bien, la vida es hermosa y hay que vivirla con intensidad… etcétera.

Sin embargo, pocas veces se dice que la vida es simple y sencilla, que las cosas no tienen por qué ser complicadas. ¿De dónde nace la necesidad de complicarlo todo? He aquí, una vez más, al ladrón de la felicidad haciendo acto de presencia en todo su esplendor. Ciertamente, como muy bien ha podido intuir el lector/a, nos estamos refiriendo al ego.

El ego tiene la necesidad de revestir su inconsistencia con el adorno de la personalidad. Necesita decir: “Soy tal, soy cual y hago esto y aquello”. Necesita sentirse importante ante los demás y también ser reconocido. Que los otros sepan que existe, que “soy alguien”. Todo lo que nos rodea parece sustentarse en función de tal estructura egóica, y lo más singular es que parece ser verdadera. No obstante, lo más curioso de todo -y divertido también, cuando se descubre- es desenmascarar los movimientos del ego.

Nos gusta ir al cine para ver la vida de otros personajes sin ser descubiertos, como a hurtadillas. Esto ocurre porque no hemos aprendido a ver el ego en los demás, a descubrirlo. No hemos aprendido a ver el ego ajeno porque no nos hemos atrevido a desnudar y diseccionar el nuestro propio. Nos tomamos demasiado en serio. Es natural que así sea, pues este es el modo de otorgar un mínimo de credibilidad a lo que no lo tiene.

Desmontando la mentira

Ahora bien, sólo cuando uno descubre la mentira que cree ser y que ha creado a lo largo de los años es cuando le es posible descubrir la profunda verdad que hay en los demás. Para entonces habremos aprendido a ver el ego ajeno e ir más allá de las palabras que ya en vano tratan de hacernos creer los demás. Hemos descubierto el juego, y lejos de decirlo, comenzamos a jugar, y lo más importante: a disfrutar.

Ha aparecido la comprensión porque hemos vuelto al origen. Para entonces, nuestra vida se torna simple: ya no hay pretensión, ni deseo, ni metas… todo está bien tal y como es. Además, viene a suceder que cuando no quiero nada soy dueño de todo. Ya no hay lucha, afán, inquietud…

Por supuesto, tampoco queremos iluminarnos ni ser los más espirituales. ¡Qué gran descanso! A partir de este momento, una sensación de alivio se instala en nuestro ser y las comisuras de los labios se elevan discretamente, como si fuéramos portadores de un alto secreto que nadie más pudiera conocer. Sabemos, y sabemos que sabemos. Ya está todo. Hemos descubierto el juego y reímos para nuestros adentros.

Reímos para nuestros adentros, porque para los afueras hay que continuar interpretando el papel. Alguien dijo que ese precisamente era el drama del hombre realizado. Bueno, es posible que así sea, pero esa es también la gran ventaja de los que no estamos realizados, que no lo vivimos como si de un drama se tratara.

Simplicidad, principio básico. Lo demás sobra, a menos que quieras jugar a algo.

¿Jugamos?

Quién es

Emilio J. Gómez, profesor de yoga de la escuela de yoga Silencio Interior.

info@silenciointerior.net

www.silenciointerior.net