El sentido del Yoga/ y 5

2015-08-10

¿Conocemos a dónde queremos ir y a dónde nos puede llevar el yoga cuando nos apuntamos a practicarlo? La tradición yóguica, antes de proponer ninguna técnica, habla de su sentido, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que nos podemos encontrar en el camino. Escribe esta serie de artículos (12, 3 y 4) Julián Peragón (Arjuna).

Sentido del yogaCelebración

La lección es ésta: entrar en el mercado con sus tentaciones y su algarabía, con sus productos y su especulación, y no quedar enredado en sus trifulcas. Retirarse del mundo es una solución fácil aunque bien es cierto que la muerte social es la muerte más difícil de todas y no es de extrañar que, en el sosiego de nuestras solitarias reflexiones, tengamos que ir lamiendo las heridas. Hay, no obstante, otra solución, decir que sí al mundo pero a través de una acción sin acción; la implosión de nuestro egoísmo a través del gesto desinteresado y el desenmascaramiento de la hipócrita piedad que la sociedad y a menudo nosotros mismos hacemos gala ya sea para camuflar nuestro interés o para confundir a nuestros enemigos. Titánica tarea ésta.

Lo cierto es que, lo más probable, acabaremos tarde o temprano atrapados en la telaraña que el mundo teje alrededor de nuestras motivaciones no revisadas. Necesitaríamos para salir de ese laberinto unas alas tal como el hijo de Dédalo construyó con las plumas de los pájaros y la cera de las abejas para remontarse por encima de sus muros. Necesitaríamos unas alas, es cierto, pero no artificiales como las de Ícaro, que cayó al abismo como nos reprende el mito. Necesitaríamos unas alas para remontarnos por encima de la contundencia de las cosas, por encima de las insignificancias de sus consecuencias, por encima también de la competencia feroz donde se gana y, más a menudo, se pierde. Estas alas sólo pueden surgir del corazón, sólo el amor entendido como ampliación del yo puede liberarnos del yugo de las acciones.

No es fácil hablar del amor porque hemos aprendido desde bien pequeños muchas ficciones que lo calcan a la perfección pero que son, a la postre, una especie de tragicomedia. Con una mano hemos señalado tiernamente el corazón, pero con la otra hemos sostenido una balanza para hacer un cálculo y asegurarnos de no perder en el intercambio, y que, en la medida de lo posible, no vayamos a ser traicionados o abandonados.

El Yoga junto a las tradiciones profundas hablan de otro amor, un amor que no es estrictamente personal, que no es un intercambio de cromos románticos, sino un amor profundo a la existencia. La vida está empapada de una inteligencia tan profunda que nos desborda por todos los costados, y a esa parte insondable que no comprendemos bien le llamamos misterio. Cuando el místico se adentra en el bosque no sólo toca la parte material y orgánica del bosque, roza, si es posible ponerle palabras, un aliento que no es de este mundo. Identifica aquella respiración externa que se da en cada estación con la propia interna, aquella presencia que acompaña la mezcla de olores, con la presencia que siente en su propio interior. Se postra ante esa hondura que por simplificar llama divinidad, y se deja acariciar o desgarrar por ella. La Bhagavad Gita nos dirá que el Yoga es la disciplina de la devoción.

Cuando uno ha despegado de lo profano para aterrizar en lo sagrado difícilmente se enreda en las miserias humanas. Porque lo sagrado es una presencia que se cuela hasta el tuétano y nos hace vislumbrar la majestuosidad de la creación, la interrelación profunda de todo lo que existe, la certeza de la impermanencia que nos ayuda a soltarnos de tantos y tantos asideros que prometen estabilidad y falsa seguridad.

El amor devocional no es sólo cantar, hacer ofrendas y repetir plegarias, es ante todo un diálogo entre mi pequeño yo y mi Ser, entre tú y la conciencia que despunta en tu horizonte vital, entre el universo que nos rodea y el reflejo de lo divino que encontramos en cada árbol, cada animal y cada piedra.

La respuesta ante esta relación íntima con lo sagrado se manifiesta en una actitud de celebración. La vida no se posee ni se manipula, la vida es otorgada y agradecer cada mañana, cada relación, cada situación la oportunidad de manifestar esa vida consciente que nos atraviesa es un gran don. Con eso nos basta.

Liberación

Siempre lo hemos intuido, el Yoga, en últimas, apunta a la liberación de todo condicionamiento. Si una gota no tuviera la atracción de la gravedad o el empuje del viento sería absolutamente esférica; si nosotros no estuviéramos constreñidos por la necesidad o el vértigo de la existencia probablemente seríamos espontáneos, desinhibidos y atentos. Seríamos fieles a nuestra esencia como lo es la esfericidad a la gota de agua.

¿Qué lo impide? En primer lugar, nuestra ignorancia (avidyā). Hemos confundido esencia por carácter; la presencia del eterno presente por el sueño omnipotente del yo; hemos confundido el ser por el tener y hemos antepuesto las apariencias por lo que verdaderamente somos. Somos ignorantes aunque nuestras estanterías estén llenas de libros y nuestras paredes de títulos, somos ignorantes de haber perdido la conexión con el alma de las cosas.

En segundo lugar, derivada de aquella ignorancia, nos encontramos con una excesiva identificación con lo que creemos que somos (asmitā). Hay un yo hipertrofiado que lo filtra todo por el tamiz de sus gustos y por el engranaje de sus razones, y lucha a brazo partido por tener siempre la razón y por salir ganando en cualquier intercambio.

Más allá de esa perspectiva egocéntrica, nos puede el deseo. Somos seres con un fondo de insatisfacción buscando una llave que hemos perdido en un lugar equivocado. Las experiencias placenteras prometen una felicidad de montaña rusa, te elevan momentáneamente a las alturas para dejarte caer sin previo aviso. Son experiencias sustitutorias de un anhelo profundo. Tristemente, queremos ver a Dios en el fondo de una copa de whisky y evidentemente cosechamos adicciones que tienen difícil solución. Esto es rāga, el siguiente hijo de la ignorancia, y nos habla de esa zanahoria que perseguimos en nuestras experiencias, ese juego claroscuro del deseo que nos seduce con una mano mientras nos frustra con la otra.

En cuarto lugar nos encontramos con dvesha, precisamente lo contrario de rāga: una aversión irracional a experiencias dolorosas o traumáticas que no queremos ver ni en pintura. Inconscientemente evitamos situaciones donde nos sentimos amenazados o vulnerables, situaciones que nos confrontan con un otro o donde podemos perder nuestro excesivo control. Evitamos situaciones que en su momento fueron dolorosas pero que hoy en día sólo son fantasmas de un pasado irresuelto. Nos vamos limitando y limitando hasta aceptar vivir al filo de lo no existencia.

Por último, abhinivesha tiene que ver con el miedo que se ha instalado en todos los rincones de nuestro ser. Tenemos miedo a perder nuestra estabilidad, miedo a que las cosas cambien, miedo a envejecer, a enfermarnos, a ser marginados, a dejar nuestra pareja que no amamos y nuestro trabajo insufrible. Miedo a todo pero, especialmente, miedo a morir. Tememos vivir intensamente porque tanta intensidad nos obliga a asumir un riesgo que traiciona nuestra fidelidad al confort y la seguridad. Vivimos a medio gas mirando a otro lado cuando mueren los otros, como si fuera algo que no va con nosotros, como si secretamente tuviéramos en la guantera un seguro de vida para sortear la muerte, o al menos, para postergarla.

El Yoga habla de todo esto porque el Yoga es una respuesta al sufrimiento. Dukha es sufrimiento, es un sinvivir, una restricción a la vida, una limitación de nuestras potencialidades. Esta restricción es el resultado de aquella ignorancia ante la vida, de la excesiva identificación con nuestro yo, y de su polarización hacia el placer o huida del dolor. Dukha es ante todo miedo, un añadido emocional al hecho consustancial de vivir. Atravesarlo puede ser tan sencillo como aceptar que hay día y noche, aciertos y errores, encuentros y desencuentros, placeres y dolores, tan sencillo como aceptar que nacemos un día y que un día también hemos de morir.

El Yoga nos dice que hay una salida al sufrimiento psicológico y que, si somos capaces de desactivar el mecanismo automático que se activa ante situaciones emocionalmente cargadas, podremos liberarnos de esa rueda pesada que nos aplasta.

Moksha es esa liberación que está en la aguja que señala el norte del Yoga. Extinguir el fuego del deseo, liberarnos de nuestros condicionamientos, sustraernos de la actividad frenética de la mente hasta alcanzar la paz.

Casi tendría que pedir perdón por haber necesitado tantas palabras para definir el Yoga, pero muchas caras tiene una montaña y difícilmente podemos dibujar todas sus caras en un dibujo plano sobre el papel. Es necesario entender que el Yoga es como una tierra con muchas capas y muchos sedimentos, y para su análisis necesitamos un estudio en profundidad.

El carromato con el que empezamos esta definición está a punto de llegar a la meta, seguramente no tiene nada que ver con lo que imaginábamos al principio, pero el Ser que viajaba en su interior ha vuelto a la fuente, ha regresado a casa. Afianzados en la fuente de lo que somos, nuestra conciencia se expande sin límites, y eso se asemeja a la plenitud, al gozo y al éxtasis. Bienvenidos al Yoga.

Puedes leer toda la serie anterior de ‘El sentido del Yoga’ en estos enlaces:

http://www.yogaenred.com/2015/05/25/el-sentido-del-yoga-1/
http://www.yogaenred.com/2015/06/19/el-sentido-del-yoga
http://www.yogaenred.com/2015/07/15/el-sentido-del-yoga-3/
http://www.yogaenred.com/2015/07/28/el-sentido-del-yoga-4/

 

Arjuna (Foto: Guirostudio 2013)Quién es

Julián Peragón, Arjuna, formador de profesores, dirige la escuela Yoga Síntesis en Barcelona.

Es autor del libro Meditación Síntesis (Ed. Acanto)

http://www.yogasintesis.com