Relatos/ El discurso

2016-06-15

¿Qué mejor lectura que un buen relato lleno de sentido? Este que hoy te presentamos es uno de los 29 que forman el libro Por qué el destino puso este libro en tus manos, escrito por Chema Vílchez, quien ha tenido la cortesía de compartirlo en exclusiva con los lectores de YogaenRed.

EL-DISCURSO

Eran las diez de las noche, hacía una hora que los colegios electorales habían cerrado sus puertas y el recuento de las votaciones había finalizado.

El candidato recibía numerosas felicitaciones. Todo eran abrazos y parabienes, vítores y risas. Le rodeaban sus familiares y amigos más cercanos, sus colaboradores y compañeros de partido. Los sondeos y el último escrutinio indicaban que había ganado las elecciones y sería presidente.

Ciertamente la situación del país no era la mejor, es más, la pobreza se había extendido por doquier y la fractura social era evidente. El paro alcanzaba cotas desconocidas, arrastrando al desaliento a mujeres y hombres. Las desigualdades sociales habían aumentado, las instituciones más consolidadas vivían una profunda crisis y la corrupción salpicaba todos los estamentos. Nada hacía presagiar que en breve las circunstancias pudieran mejorar con su victoria.

En la sede del partido las muestras de alegría rozaban la ebriedad. Hacía días que allí muchos ya especulaban con sus nuevos cargos e influencia en el próximo gobierno. Envilecidos de codicia, algunos se frotaban las manos esperando un Ministerio o, como mínimo, una Secretaría de Estado. La hoguera de las vanidades parecía arder con más virulencia que nunca, alimentada por una ambición irrefrenable.

Mientras, en medio de esta vorágine, el candidato pidió estar solo. Antes de cerrar la puerta del despacho, abrazó a su esposa y ella comprendió…

…En los alrededores de la sede, los gritos de júbilo iban en aumento y los brindis con champán se multiplicaban. Los adictos e incondicionales, cual rebaño más o menos organizado, se iban acercando al calor del establo, no tanto para celebrar su victoria, como la derrota del rival.

Transcurrían los minutos, todo el mundo estaba esperando escuchar el gran discurso. Los informativos transmitían en directo la última hora y las tertulias políticas bullían, multiplicándose por los canales de radio y televisión. Los demás candidatos ya se habían felicitado a sí mismos y a sus partidarios y, aunque muchos de ellos argumentaban razones para considerar que también habían ganado, sus caras delataban una amarga frustración.

El tiempo pasaba rápido y los gerifaltes del partido comenzaban a estar nerviosos preguntándose si el candidato estaría de nuevo con alguna de sus rarezas. —¿A qué espera para salir a celebrar la gran fiesta de la victoria? —se decían unos a otros.

Entretanto, nuestro hombre permanecía sentado, inmóvil y con los ojos cerrados. Por unos momentos sus pensamientos rememoraron la labor desarrollada durante años: Su vocación social, la apuesta por el bien común y ese compromiso inquebrantable con la verdad, la honestidad y el servicio público. Ideales que tantas veces había tenido que disimular en su partido, en el mundo político y en los ámbitos financieros, para no ser considerado un soñador. Tan sólo su inteligencia brillante, pulida con el estudio y la perseverancia, su experiencia laboral, empresarial, vital y…, esos secretos viajes espirituales a la India, le habían permitido confiar sin reservas en sí mismo y jamás abandonar la intencionalidad humanista, tan desacreditada en los centros del poder.

Pero al fin el momento esperado había llegado. También él tenía su pequeño rincón de orgullo que le permitía sentirse complacido. Había ganado las elecciones y sería el nuevo presidente.

Lentamente abrió la puerta del despacho y salió. Todos le jaleaban, halagaban, abrazaban. Los aduladores ovacionan por cualquier cosa y son pareja de baile en momentos de victoria, pero apenas podía oírlos; en su mente reverberaba el gran discurso que el país entero aguardaba expectante.

Salió al balcón. Saludó sonriendo y con ambas manos pidió que hiciesen silencio. La multitud fue callando. Intentó mantener el rostro sereno y fue entonces cuando dos enormes regueros de lágrimas se derramaron por sus mejillas. El gentío, enmudeció. Y a continuación, con voz emocionada, habló:

—Queridos conciudadanos. Mal podría afrontar el reto que me espera si no fuese sintiendo en mi propia piel el sufrimiento que muchos de vosotros estáis padeciendo. Hago mío vuestro dolor. La labor que asumo es tan inmensa que, en un momento como éste, apenas puedo alegrarme y sólo siento sobre mí el peso de la responsabilidad y el deber de solucionar nuestros problemas. Mañana formaré un equipo con las personas más honestas, comprometidas y preparadas del Estado, sin importarme partidos, ni ideologías. Sé que si aprendemos a unificar nuestros esfuerzos, a compartir; si hacemos del tesón, la excelencia, la honradez y la generosidad el camino que nos guíe a realizar nuestros sueños, alcanzaremos una sociedad más justa y un futuro próspero. Para quienes asumimos la tarea de gobernar, nada ha de importar más que el servicio a los ciudadanos. Nuestra obligación es tener apertura de miras, ponernos en el lugar de los demás y ofrecer nuestro cometido con absoluta entrega, humildad y transparencia. Desde hoy mismo, mi único objetivo será construir con vuestra ayuda una sociedad fraterna. Nadie podrá impedir el cumplimiento de este compromiso…

Entonces una voz ruda, acompañada de un desagradable golpe en el hombro, me despertó.

—Oiga, señor, se ha quedado dormido y ésta es la última parada. Debe bajarse si no quiere pasar la noche encerrado en las cocheras. Yo he terminado mi turno y me marcho.

De modo que aturdido, haciendo un infructuoso esfuerzo por despertarme y saber dónde estaba, me levanté. Y mientras tambaleante me bajaba de aquel destartalado autobús e intentaba evitar los numerosos charcos que a cada paso se abrían en el nocturno arrabal, en mi cabeza no podía parar de repetirme:

“¡Si yo fuera presidente!”

El libro

LibroChema-VilchezPor qué el destino puso este libro en tus manos está editado por Mandala Ediciones y maravillosamente ilustrado por Carmen Redondo.
Se puede comprar en librerías de toda España, y también se puede conseguir como libro electrónico en Amazon, Ibooks Store de Apple y a través de la web de Mandala o en la web del autor: http://www.chemavilchez.com

Chema Vílchez, el autor, es graduado con honores en el Musicians Institute de Los Angeles, California. Especialidades en armonía moderna, arreglos y composición, guitarra clásica, guitarra flamenca y eléctrica.  Profesor de Yoga por la Fundación Sivananda. Otros libros suyos: El sueño del navegante y otros poemas (1995), Yoga, Renacer a la vida (2006)

Más información: Entrevista en Yoga en Red